Hablando de noches oscuras, ¿pero quién querría venir a un sitio como éste? El hombre no pudo evitar suspirar este pensamiento cuando se derrumbó sobre la cama. Demasiadas horas al volante le habían dejado exhausto mental y físicamente, pero lo cierto es que el colchón; uno de esos kilométricos ejemplares que ya solo perviven en las casas con solera, era cómodo, las sábanas estaban limpias y las mantas eran muy acogedoras. Nunca se encontraba a gusto en una alcoba nueva hasta después de pasar varias noches en ella; sufría a menudo la desagradable sensación de la cama ajena, pues su trabajo de tiburón inmobiliario le obligaba a dormir fuera de casa a menudo, no obstante esa vez fue diferente. Pero claro, es que esa era su cama, a pesar de que muchas cosechas habían sido recogidas desde la última vez que durmió en ella. No tenía planeado pasar la noche en la casa de sus abuelos; para evitar que un repentino ataque de sentimentalismo le hiciera flaquear en la determinación de vender la propiedad, pero los hoteles del pueblo estaban completos, así que no tuvo otro remedio. De hecho el alojamiento era el motivo que le había llevado hasta allí desde la provincia del norte en la que vivía por entonces. San Antonio y el resto de la zona estaban creciendo merced al enoturismo y las actividades relacionadas, y cierta cadena hotelera le había ofrecido una sustanciosa suma por convertir el terreno en el que se levantaba la casa familiar en un moderno resort.
Pensaba resolver todo aquel asunto con rapidez, pero debido a causas ajenas a su voluntad; la fiesta local, lo cierto es que su estancia se dilató en el tiempo más de lo previsto. Al final tuvo que quedarse casi una semana, tiempo de sobra para pasar de ser un esclavo del reloj a aprender de nuevo a paladear despacio el paso de los segundos. Durante aquellos días volvió a recorrer las pistas en las que estrenó su primera bicicleta, a recrear la mirada en el mar esmeralda de los viñedos, a disfrutar de una simple charla al calor de un vaso de vino…
Pero el día de la firma del contrato de venta llegó al fin. Era una mañana fresca y limpia, dorados rayos de luz se colaban por las rendijas de la persiana de la habitación del hotel elegida para cerrar el trato. El heredero cerró los ojos e inspiró profundamente…, imágenes del posible destino de la región aparecieron en su mente, por un momento creyó ver las legiones de futuros visitantes llegando hasta el pueblo; un ejercito pacífico pero no menos destructivo, pues el lugar jamás volvería a ser el mismo. Era algo que había visto demasiadas veces, ¿y todo a cambio de qué? De dinero, un dinero que además sería únicamente para el. Muy diferente era el hombre que salió de la habitación dejando los papeles sin firmar que el que había llegado al pueblo tan solo unos días antes.
Finalmente ocurrió lo que temía que podría suceder cuando llegó, una mezcla de recuerdos y de la incuestionable belleza del lugar habían eclipsado su juicio por completo, o quizá lo habían hecho más agudo, de hecho pensó que era injusto que otras personas no pudieran llegar a disfrutar de un cambio como el que se había operado en el. Tal vez con sus contactos podría convertir la casa en un hotel, pero no, algo más pequeño y más acogedor sería lo mejor… Ya se le ocurriría algo, hay muchos que querrán venir a un sitio como éste, se decía mientras observaba desde el balcón de su casa como el sol desaparecía tras las montañas de la sierra y la luna y las estrellas aparecían en el escenario para obsequiar a la Tierra una noche más con su eterno baile nocturno.
Julián Muñoz Carrasco, Galdácano (Vizcaya)
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