lunes, 3 de mayo de 2010

UNA IMAGEN DE LA VENDIMIA

Empezaba a amanecer, cuando buscando información para un trabajo de publicidad relacionado con el enoturismo de la comarca, había llegado hasta una pequeña localidad próxima a Utiel. Un camino de tierra serpenteaba ante mí, a cuyos lados los viñedos, en perfecta formación, salpicaban de infinidad de motas verdes las onduladas colinas. Los troncos de las cepas, oscuros y retorcidos, emergían de la tierra que empapada por las recientes lluvias desprendía en aquel momento un intenso e inconfundible aroma. Grandes y ásperas hojas verdes repletas de diminutas gotas transparentes cubrían los arbustos, mientras una suave brisa iba meciendo los apiñados frutos rojos que pendían de sus ramas. Recordé que en mi bolso guardaba mi inseparable máquina fotográfica, por lo que me dispuse a plasmar aquellas imágenes, aunque lamenté su incapacidad por lograr hacerlo también con los olores.

Iniciaba ya el camino de regreso, cuando llamó mi atención un grupo de personas de edades diversas que agazapadas iban recogiendo los frutos de los viñedos. Ante mi saludo, sus cabezas emergieron con rapidez y casi al unísono me respondieron. Me acerqué hasta ellos y tras presentarme, les pregunté si no tendrían inconveniente en que pudiera compartir con ellos aquella jornada. El que parecía liderar el grupo, un hombre de mediana estatura y de edad indefinida, me contestó afirmativamente, pasando después a presentarme a los componentes de su muy dilatada familia.

A mediodía, un pequeño descanso nos reunió a todos bajo la acogedora sombra de una aislada encina y mientras las mujeres preparaban el almuerzo, Damián -que así se llamaba el patriarca del grupo- empezó a explicarme lo mucho que significaban para él aquellas tierras, de cómo recibió de su padre un día aquel legado, quien a su vez lo había recibido del suyo y que más tarde pasaría a su hijo y de éste a su nieto cuando faltara.

Me habló de los esfuerzos realizados durante años para mejorar las cosechas, para luchar contra las plagas...; para empezar de nuevo cuando un mal año se lo llevaba todo. Me habló de la tierra como la madre que amamanta a sus hijos; de las cepas que como delicados retoños exigen infinidad de cuidados y atenciones. Me habló sobre sus variedades, sus texturas; sobre el momento inigualable en el que, extraído su jugo y tras hibernar en oscuras barricas de maderas nobles, el caldo se hallaba dispuesto a ser paladeado.

Cuando más tarde descargué las fotos, pude contemplar nuevamente el amanecer entre los viñedos, los rostros sonrientes de aquella gente; el instante en que un pequeño entregaba a su madre unas uvas mientras ella le miraba con ternura. Pero sobre todo me detuve en la imagen de Damián, con su raído sombrero, su mirada sabia y bondadosa, sus manos grandes y rugosas que parecían ofrecerme los racimos que en ellas sostenía.

 

Cristina Marí Torres, Pòrtol – Marratxí (Islas Baleares)

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