jueves, 18 de noviembre de 2010

Nos vamos de ruta enoturística con Balcones de Oleana


Aquí tienes una muestra de todas las actividades que te ofrecemos en nuestra casa rural incluida en la Ruta del Vino de la DO Utiel-Requena: visita a viñedos y bodegas; cata de vinos; masaje de vinoterapia; barbacoa con leña de vid...La casa es ideal para grupos de amigos y familias con niños.
Puedes visitarnos en www.balconesdeoleana.com; en este blog y facebook.

Y a partir de diciembre de 2010, puedes venir en AVE, estamos a 5 minutos de la estación donde paran 4 trenes AVE diarios (línea Madrid-Valencia).
Vive el vino todos los días!

(Imágenes cedidas por "En connexió" de Canal 9. 25-8-2010)

jueves, 23 de septiembre de 2010

Llegó el otoño y la vendimia a nuestra tierra




Si te gustaría ver paisajes de viñedos otoñales como éste, ven a Balcones de Oleana y descubre nuestra tierra en plena recolección de la uva para ser transformada en vino de la DOP Utiel-Requena. Una estación con mucho encanto para los amantes del enoturimo.

martes, 10 de agosto de 2010

Disfruta de noches mágicas bajo las estrellas

lluvia estrellas fugaces

En agosto ven a Balcones de Oleana y podrás contemplar la lluvia de estrellas fugaces Perseidas- desde nuestro patio y terraza, bajo el cielo más limpio. En pareja, en familia, con amigos,... os regalaremos una botella de cava para celebrar este hermoso fenómeno astronómico.

Por tan sólo 20€ /persona.

reservas@balconesdeoleana.com

Precio por noche, para un mínimo de 8 adultos.

viernes, 30 de julio de 2010

Música, literatura y vino se unirán en el recital que se celebrará en el patio de la cooperativa “El Progreso” de San Antonio


“Nuestra música…nuestro vino” es el título del recital músico literario que se celebrará mañana sábado 31 de julio a las 22.30h., en el Patio de la bodega cooperativa “El Progreso” de San Antonio (Requena).
Este acto -organizado por la Sociedad MusicalLa Armónica” de San Antonio y dicha cooperativa, ambas entidades de esta localidad-, nació el año pasado con el objetivo de maridar música y vino a través de la poesía y la prosa.

Los narradores Mª Dolores Grao y Agustín Baizán recitarán fragmentos literarios propios y de autores como Pablo Neruda o Miguel Hernández, acompañados de interludios musicales como los pasodobles “Málaga, vino virgen” y “El Kermés de las Vistillas” o el tema “Vois sur le chemin” de Los Chicos del Coro.

Para concluir, la banda tocará el Himno de San Antonio compuesto por el reconocido músico local Francisco José Martínez Gallego y el Himno de la Comunidad Valenciana, del maestro José Serrano. Cabe destacar que “La Armónica”, dirigida por Manuel Godoy, obtuvo el primer premio en el VII Certamen de Bandas de la Vila d’Alginet que se celebró el pasado 17 de julio.

Este concierto recital de verano está abierto a los socios de la bodega y a todas las personas interesadas. Al finalizar, todos los asistentes podrán brindar con cava elaborado en la zona.

martes, 13 de julio de 2010

En Balcones de Oleana estamos de celebración: todo el mes de julio 15€/noche!

Si quieres celebrar de forma auténtica el triunfo de la selección española, ven a Balcones de Oleana porque durante todo el mes de julio nuestras tarifas serán de 15€ por persona y noche(*).

Disfruta de un verano relajante en nuestro patio, bajo la vieja parra, donde podrás tomar el vino rosado bien fresquito que te regalaremos y por supuesto, preparar una sabrosa barbacoa.Patio_parra vertical

Balcones de Oleana con nuestra selección. Esto sí que es una celebración!

(*) Precio para un grupo mí nimo de 8 adultos.

jueves, 1 de julio de 2010

GANADOR II CERTAMEN RELATOS BREVES “DÍAS DE VINO”

"El descubrimiento de Dionisos", de Ascensión Luque, gana el II Concurso de Relatos Breves “Días de Vino en Balcones de Oleana”


Desde Balcones de Oleana, hemos valorado con mucho cariño todas las obras presentadas al II Concurso de Relatos Breves “Días de Vino”. Recordamos también que el autor del relato más votado en el blog "El beso dulce" recibirá un lote de vinos.

Muchas gracias a todos los participantes. A continuación os dejamos con el relato ganador.

EL DESCUBRIMIENTO DE DIONISOS

Dionisos vivió una feliz infancia en la selva y la campiña, rodeado de ninfas, silenos y sátiros. Sin embargo, a medida que crecía únicamente se dedicaba a presidir fiestas desenfrenadas. Su padre, Zeus, pensó que debía realizar algo más productivo que bailar, danzar y tocar la flauta.

Dionisos decidió emprender un viaje. Durante meses visitó diferentes países. Pero estaba aburrido porque nada llamaba su atención. Hasta que un buen día, se detuvo en un pueblo llamado Requena. Caminó por sus campos y descubrió una planta de tronco retorcido y frutos en bayas. Tomó uno de sus redondeados frutos y le gustó su delicado jugo. Y, de pronto, tuvo la genial idea de transformar aquel fruto, al que llamó uva, en vino.

Conoció a campesinos de Utiel y de Requena que trabajaban en sus viñedos y les contó su invento. Con amabilidad, aquellas gentes le ayudaron y elaboraron secretamente una bebida jamás probada hasta entonces. Los recolectores transportaban el mosto en ánforas y tinajas. Después, con un cedazo lo colaban para retirar las impurezas. Con gran sabiduría aquellos trabajadores aprovechaban el poso resultante y alimentaban a su ganado. Las gentes del lugar estaban más alegres desde que apareció allí Dionisos. Por ello, construyeron para él una hermosa casa con balcones. A Dionisos le gustó tanto su nuevo hogar, digno de dioses, que la llamó "Balcones de Oleana".

Se organizaron unas fiestas para celebrar que el vino había madurado óptimamente durante el invierno. Las damas bebían seducidas por el dulce vino, los hombres llenaban sus copas del ánfora donde Dionisos había vertido aquel jugo misterioso.

Zeus, desde el Olimpo, descubrió el bien que había hecho su hijo. Por ello, le coronó con pámpanos como dios de los viñedos y del vino.

Dionisos estaba tan agradecido a aquellas gentes que les prometió que solamente en aquel lugar crecería una uva especial llamada bobal que le brindaría un vino exclusivo. Dionisos había legado a la posteridad un bien imperecedero: la vitivinicultura.

Ascensión Luque Manzano, Estepa (Sevilla)

martes, 8 de junio de 2010

Fiestas en San Antonio, del 9 al 13 de junio


Con la llegada del calor, San Antonio celebra sus fiestas patronales, las primeras de los meses estivales dentro del calendario comarcal.
Aunque en las últimas semanas se han realizado algunos actos como preámbulo, las fiestas, comienzan oficialmente el miércoles 9 de junio a las 18h. y se prolongarán hasta el domingo 13, el Día de San Antonio, con un amplio programa para todos los públicos.
Destacamos una actividad recuperada hace unos años, las "relaciones" entre los bandos de Moros y Cristianos, que se celebrarán el viernes 11 a las 19,30h. en la plaza de Anpeco. También habrá paella gigante; campeonato de tirachinas y cabalgata el sábado 12. Y por supuesto, las tradicionales mascletás -sábado y domingo a las 14h.- de la pirotecnia "El Traca" y todas las noches sesiones de baile

Balcones de Oleana colabora con las fiestas de San Antonio y os invita a disfrutar de estos días!

viernes, 4 de junio de 2010

¡FIN DE SEMANA LOCO, 19€ POR PERSONA*!

Suben las temperaturas y bajamos los precios. En Balcones de Oleana damos la bienvenida al calor con una oferta irresistible, por tan solo 19€ por persona podrás disfrutar de un fin de semana enoturístico en el corazón de la DO Utiel-Requena. Podrás pasear entre viñedos, que en esta época se presentan en una bonita estampa verde, visitar bodegas y descansar en esta casa rural donde podrás saborear la gastronomía de esta tierra acompañada por sus vinos.

Incluye:

1 noche de alojamiento (horario de entrada y salida flexibles)

Visita a una bodega con cata de vinos

Regalo de una botella de vino Utiel-Requena y leña para la barbacoa

* Precio para un grupo mínimo de 8 personas

domingo, 23 de mayo de 2010

Disfruta corriendo en la tierra del vino y relájate en Balcones de Oleana

carrera2010sanantonio

El sábado 29 de mayo, ven al Gran Fondo La Vega “Tierra del Vino” y respira oxígeno puro, corriendo entre viñedos en plena brotación, un momento único para disfrutar de este paisaje primaveral. Por la noche, repón fuerzas en Balcones de Oleana donde podrás saborear una deliciosa barbacoa acompañada con vino de la DO Utiel-Requena y por supuesto, descansar en esta casa rural en San Antonio.


Precio especial para atletas y acompañantes: 22€ (por persona y noche. Grupos de 6 personas mínimo).

 
Infórmate en reservas@balconesdeoleana.com y tel. 607489511

martes, 18 de mayo de 2010

Nuestros clientes se divierten paseando entre viñedos sobre Segway

 

Segway_entrenamiento

Balcones de Oleana apuesta por el turismo del vino y las iniciativas innovadoras, como el paseo en Segway que ofrece la bodega Vera de Estenas para conocer sus viñedos de forma ecológica y divertida. Nuestros amigos de Blay Asesores vinieron desde Gandía (Valencia) y disfrutaron de un fin de semana enoturístico por la DO Utiel-Requena. Suerte que el tiempo –lluvioso- les permitió realizar todas las actividades y preparar esa deliciosa barbacoa en la casa rural.

 Segway_salida

viernes, 7 de mayo de 2010

¡ESPECIAL DESPEDIDAS, TE ORGANIZAMOS TODO!

Celebra tu despedida de soltero y/o soltera de forma diferente, en casas rurales de valenciarural.com.

Te lo organizamos todo para que tú solo te preocupes de disfrutar.

Autobús + Alojamiento + Visita a bodega con cata de vinos + Cena + Espectáculo desde *88 €

Y si deseas cualquier otra actividad te la gestionamos a tu medida. Consúltanos sin compromiso.

info y reservas: valenciarural@yahoo.es

*Precio por persona calculado para grupo de 22 pax mínimo. Consultar precio para grupos menores

*Autobús desde Valencia y área metropolitana, con recogida sábado por la tarde y regreso el domingo tras la comida.

*Alojamiento una noche en casas rurales de valenciarural.com (10,10 y 8 plazas)

*Cena típica en restaurante local

*Espectáculo privado en casa rural (magia 2 rombos o stripper)

*Visita a bodega con cata de vinos Utiel-Requena

*Opcional: Actividad multiaventura con almuerzo típico en el río Cabriel. Suplemento de 30€/pax

lunes, 3 de mayo de 2010

LISTADO RELATOS BREVES “DÍAS DE VINO”

Tu rostro en mi vinoDaniel Kienigiel

Pienso Esther Alonso Campos

El descubrimiento de DionisosAscensión Luque Manzano

Días de VinoMercedes Valiente Rives

Oleana, el río de la vidaJavier López Lorenzo

El guerrero y el paraísoSetarcos

La cataCésar Socorro Meza

Lo que de verdad importaJulián Muñoz Carrasco

Una imagen de la vendimiaCristina Marí Torres

265 La botellaPablo Millares Martín

Vino, sol y documentos cifrados Rosaura Ruiz Gallego

El beso dulceJosé Rafael López Moya

El mejorJosefina Sierra Fernández

Utiel-Requena, el paraíso de la BobalJavier Prats Valero

Días de VinoAna López Aguilar

RequedénAdna

Días de VinoRosa Labado Gámez

La armonía de la tardeMontserrat Viana Marco

Días de VinoAna Viridiana Gómez

El sueño del vinoAntonio Jesús García Pereyra

Vidas de videsJosé Luis Castellanos Segura

RecuerdosValentina Luque Manzano

Seis meses, sólo seisJorge Sáa González

PadreAlberto Castro Sánchez

PADRE

Lo primero que aprendí de mi padre fue el silencio. Era un arte dificultoso, pues exigía una total entrega a la contemplación, y residía su maestría en vetar las exigencias de la palabra para hallar la respuesta en otro sitio, uno ciertamente desconocido para un niño de seis años cuya única pretensión es aprender, descubrir. Durante los lentos anocheceres del verano, que briznaban de una luz sanguinolenta los suaves perfiles de las encinas, ambos nos sentábamos a descansar la mirada en el paisaje sin mediar palabra, tan sólo oyendo meticulosamente el rumor del viento apretándose entre las tejas de la casa, el chirrido de los trigueros posados en los cables de la tensión y nuestras propias, pausadas respiraciones. Ya durante aquellos primeros años me llamaba la atención la costumbre que tenía mi padre de acompañarse por una copa de cristal repleta de un líquido carmesí, denso y fragante cuyo aroma ha terminado, junto con el evocador y limpio olor que iba dejando el campo según anochecía, por quedar almacenado en mi memoria como testigo de aquella época misteriosa y única que fue mi infancia. Más tarde, llegada la adolescencia, el sabor ardido, a leña o a noche de estío, acabaría por unirse a aquel perfume en el nombre de vino; lo segundo que aprendí de mi padre fue la capacidad de apreciarlo, compartiéndolo ya de tarde en el mutuo sigilo, que no era triste ni vacío, sino más parecido a un secreto que ambos reíamos con la mirada. La vida era algo sencillo, todo estaba a mano, y como única frontera dentro de aquel mundo solícito, el suave trapecio de la Sierra del Tejo que marcaba la distancia con un mundo, el de la gran ciudad, que se daría a conocer ya tan pronto que yo, asustado, me refugiaba en la creencia de que haber aprendido a callar me serviría ante tanto ruido. El día de mi partida a Valencia, mi padre me acompañó a la puerta con una botella en la mano. Después de abrazarme largamente, en uno de esos ruegos sinceros que vienen del cuerpo, no del pensamiento, me extendió el cilindro encendido de rubí y me dijo que siempre que me sintiera solo, exiliado o nostálgico, me tomase una copa de ese vino, el mejor de su despensa, y encontrase en el sabor todas las palabras que no nos habíamos dicho. Con lágrimas en los ojos me despedí de la casa, del campo, del llano, de las carrascas y las plácidas aguas del Reatillo en mi camino hacia un mundo nuevo, el del irremediable porvenir. Durante mi primer año de universidad conocí la vida abierta, el estruendo, la envidia y el amor. Todas son historias dignas de contar, pero por encima de todas ellas conocí la pena, ya que durante mi estancia en Valencia mi padre enfermó repentinamente de una neumonía y murió. Fue todo tan inmediato, tan cruel y rápido, que mi personalidad reposada se partió en dos. Días antes había estado hablando con él por teléfono, un medio sombrío en el que ninguno de los dos nos encontrábamos, privados del contacto y dejados a la voz, que era justo lo que no necesitábamos. Me preguntó si había abierto el Utiel y le dije que estaba esperando al momento preciso, cuando necesitase volver. Yo no tenía ni idea de que aquella era la última vez que hablaría con él. Si lo hubiese sabido, le habría dicho tantas cosas, le habría explicado tantas medias tintas, habría… tal vez, no habría dicho nada. Pero incluso el silencio sonaba a postizo a través del teléfono. Volví a casa. Cuando todo el mundo hubo abandonado el tanatorio, cuando mis manos entumecidas por la presión de tantas otras se cansaron de temblar, fui al coche y saqué de la guantera la botella de Utiel y un descorchador. Allí, en aquella sala fría y repleta de un silencio distinto al nuestro, uno gélido y apátrida, frente al cuerpo sin vida de mi padre, me emborraché de palabras mudas, y con ellas… mudé a adulto.

 

Alberto Castro Sánchez, La Bañeza (León)

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SEIS MESES, SÓLO SEIS

El despertador empezó a sonar pero ya hacía tiempo que mis ojos abiertos observaban el amanecer, los rayos de sol jugaban a través de mis cortinas dibujando caprichosas formas encima de mi cama. Dirigí mi mirada hacía el despertador y con un movimiento rápido lo apagué, dando comienzo al día que tantos meses había estado esperando.

No podía pedir más, el sol se dejaba ver y sus rayos aunque tímidos calentaban un mes de febrero que estaba siendo más duro de lo normal. No perdí ni un segundo y antes de lo calculado el aire azotaba mi cara y el frío empezaba a calar entre mis huesos. Pero sin embargo no lo sentía ya que en mi cabeza sólo había un pensamiento, un destino, una opción posible, y esa era la de descubrir nuestro pequeño refugio y la de volver a sentir que tantos meses de espera volvían a valer la pena.

Puse el intermitente y conduje mi moto por una estrecha carretera que serpenteaba y se perdía entre un mar de viñas castigado por la nieve y el hielo. Me dejé llevar por el increíble paisaje, me perdí entre viñas centenarias que parecían dormidas a la espera de la primavera, entre lomas que escondían tras de sí campos blancos de nieve de los que parecían surgir largos sarmientos a la espera de ser podados. Entre viñedos y viñedos alguna chimenea humeante me hacía ver que los refugios seguían vivos y que en su interior la gente esperaba a que la nieve les dejase paso en su día a día. Fueron sólo unos minutos los que me detuve para maravillarme con todo aquello, aquellas cepas que escondían dentro de sí miles de vidas diferentes y que gracias a sus uvas seguían escribiendo historias vendimia tras vendimia.

Tres curvas más y pude ver en el fondo del valle, entre dunas de nieve, una pequeña casa que desprendía una luz tenue y acogedora en su interior, tras la ventana se escondía un fuego tentador avivado por una silueta que sostenía en una de sus manos una copa y que llevaba lentamente a su boca, finalmente la chimenea humeante me decía que ya estabas allí y que cuando entrase volverías a sorprenderme con tu mirada, con tu sonrisa, con tu “ te estaba esperando” . Y volvió a pasar y como si de la primera vez se tratase, volvimos a rodearnos frente la chimenea, volvimos a tener conversaciones incansables llenas de risas y melancolía, silencios llenos de sentimientos sólo rotos por el sonido del vino vertiéndose en nuestras copas y brindando por nuestro pequeño refugio que nos alejaba de la rutina y nos permitía descubrir este mundo que tanto nos gusta y en el que sólo nosotros dos somos los protagonistas con un solo cómplice que nos hace a la vez de celestina, el vino.

Y así nos volvimos a despedir mirando por la ventana un blanco manto de cepas que sabíamos volveríamos a ver dentro de algunos meses y que entonces sus colores verdosos, amarillentos y rojizos nos indicarían que una vez más valió la pena esperar 6 meses para volver a sentirte cerca de mí dentro de aquella pequeña casa que hicimos nuestro hogar furtivo.

 

Jorge Sáa González, Valencia

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RECUERDOS

Mirando hacia atrás con los ojos del corazón te vi, tan lozana y esbelta como entonces. Comprendí que aunque los años han pasado me quedan los imborrables recuerdos de tu compañía. Vendimiando junto a mí, paseando los días de asueto por entre las viñas, contemplando una puesta de sol.

También te recuerdo en aquel verano caluroso, nuestro primer verano, con tu vestido blanco y vaporoso, acompañándome cogidos de la mano a una de las típicas bodegas de Requena, en la que podíamos degustar los mejores caldos de la tierra.

El tiempo pasa inmisericorde, pero me gusta pensar que mejoramos como el buen vino. Y cada vez que volvemos a saborear una copa rebosante de ese néctar precioso que nos legó el dios Dionisio, afloran como la primavera, esos buenos recuerdos.

 

Valentina Luque Manzano, Estepa (Sevilla)

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VIDAS DE VIDES

Hoy Andrés, a sus 65 años miraba con una extraña mezcla de melancolía y orgullo las perfectas hileras de viñas que se extendían a lo largo de varias hectáreas. Fue su bisabuelo, Pepe quien adquirió aquellas tierras sobre 1880 y quien con grandes sacrificios escribió en el suelo con surcos certeros el destino de la familia Molina. Pronto llegaron los primeros beneficios; la inauguración de la línea Valencia-Utiel dio el impulso definitivo, pues toda la producción pudo empezar a ser transportada al puerto de Valencia. Andrés sonreía al pensar en aquel bisabuelo al que solo conocía por un retrato que se hizo cuando su fortuna ya estaba asentada. Aquel hombre inteligente y valiente dejó las bases de lo que sería el negocio familiar.

Andrés empezó a pasear por el viñedo deteniéndose de vez en cuando para comprobar el estado de algún racimo al azar. Éste sería un buen año. No como aquellos en los que el abuelo Antonio tuvo que hacer frente a la filoxera. En aquella difícil tesitura, tomó la arriesgada decisión de dedicar el resto de su patrimonio a comprar nuevas tierras y repoblarlas. Y, paradójicamente, así consiguió que “Vinos Molina” no fuera a la ruina. ¡Qué valiente había sido! A él sí que lo conocí; me regalaba caramelos de anís cada vez que me veía y me decía que sería un digno continuador de la saga. A mí aquello me hacía mucha gracia, porque lo decía todo serio y yo no sabía qué quería decirme.

Siguió por la tierra llana concentrado en sus ensoñaciones y disfrutando de la tibia puesta de sol. Le asaltó el recuerdo de su padre y cómo tuvo que sufrir grandes sinsabores, pues la extensión del viñedo había alcanzado varios cientos de hectáreas y era muy difícil gestionarlo todo de manera efectiva. Quería mucho a su padre, Juan, pero él no tenía mucho tiempo para dedicarle. Se levantaba siempre antes del amanecer y se iba y no regresaba hasta que yo ya llevaba un rato en la cama. Intentaba quedarme despierto y alguna vez lo conseguía para disfrutar de ese “buenas noches, hijo, te quiero”. Luego me acariciaba el pelo, me arropaba cariñosamente y se marchaba de puntillas para no hacer ruido. Aquellos escasos segundos eran suficientes para Andrés y aunque echó de menos la presencia física de su padre durante todos los años de su vida, siempre se sintió acompañado y protegido por él.

Las nubes eran cada vez más oscuras. Andrés disfrutaba de aquel último atardecer. Era lo mejor de sus jornadas laborales. Aquellas explosiones de rojo, naranja, rosa, amarillo, azul de tonalidades infinitas solo las había visto en sus viñas de Utiel. Él sabía que había tenido suerte y que lo único que había hecho por el negocio familiar era continuarlo sin grandes cambios. Es cierto que tuvo que reciclarse, que tuvo que contratar a enólogos y químicos, que tuvo que informatizar las instalaciones, pero le parecía un trabajo muy cómodo y alejado de la tierra; habría preferido trabajar más con sus manos como sus antepasados. No obstante, había llegado el día de su jubilación y a partir de mañana, su hijo se haría cargo de la empresa. Tenía grandes proyectos: aumentar la producción de reservas, construir dos o tres casas rurales en las inmediaciones, atraer a turistas extranjeros gracias al enoturismo,… Alejandro aún era joven y disponía del empuje suficiente para renovar y diversificar la empresa. Seguro que le iría bien.

José Luis Castellanos Segura, Ciudad Real

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EL SUEÑO DEL VINO

El cacareo de las gallinas y los primeros rayos del sol sobre las tierras de Utiel, despertaron al joven guerrero casi al alba. Recordó el sueño que había tenido y sonrió interiormente. Aquel muchacho de piel almizclada, tenía plena seguridad de que era un sueño premonitorio; hacía un año que se repetía esa ilusión y la clave siempre era la misma, se visualizaba en medio de un festín y quedaba hechizado por una mujer a la que jamás había conseguido verle el rostro. Nunca supo si era árabe como él, o cristiana o mozárabe. En el sueño, siempre aparecía vestida de rojo, columpiando en sus manos una copa de un delicioso vino de Requena y con un olor a incienso envolviendo la situación. Soñaba que la besaba con una pasión irrefrenable y aquel caballero estaba convencido de que era una señal del destino.

Al abrir los ojos, acarició su espada; con la que ambicionaba ser un guerrero rico y poderoso. Se puso en pie y fue directo al atrio de la cabaña, en donde le habían dejado un mensaje. Era de su señora; una acaudalada dama mozárabe de la región, que aún conseguía amilanarlo cuando estaba delante de su palacete y él no encontraba el valor para cruzar el umbral. Le sugería que asistiese a un festejo público en su representación y aunque no le apetecía ir, pero le debía obediencia, así que se apresuró a lavarse en las aguas del río Magro y eligió el único traje de gala que tenía, una camisa sérica y una mutebag con una perfecta media luna bordada en el centro de su pecho.

Llegó al sitio señalado a lomos de su corcel, solo, como siempre. Aún no comprendía qué hacía allí. Todos llevaban unos curiosos velos que les cubría el rostro y nada más poner sus pies en el lugar, uno de sus extraños presentimientos le hizo estremecer. Se dio cuenta que iba vestido igual que en el sueño recurrente y que a su alrededor olía al mismo incienso sugestivo. Cuando entró, esbozó una sonrisa y comenzó a buscar a la mujer de sus sueños, ésa que tanto placer le había regalado mientras dormía. Todas aquellas doncellas iban impregnadas con ese olor, el que recordaba cada mañana después de soñar con esa enigmática mujer. La tarea era ardua, pues había más de cien mujeres enmascaradas y desprendiendo esa maldita esencia que extasiaba sus sentidos. ¿Cómo podía identificarla? El iba vestido de igual forma, el olor que se paseaba en grandes vaharadas era el mismo y centenares de copas danzaban de lado a lado. Estaba seguro de que ahí estaba ella, esperándole. Desde su ángulo de visión, localizó a tres enmascaradas vestidas de rojo, las únicas que se habían atrevido a lucir túnicas tan provocativas. El cerco se iba reduciendo mientras él seguía vigilando qué tipo de copas llevaban en esas bandejas plateadas. Él sabía que ella tomaría ese caldo mozárabe de mágico dulzor. Llegó el momento de servir las copas. Iban camino de la mesa de las mujeres de rojo. Sin dilación, se dirigió a un criado y le pidió ser él quien las sirviera. Colocó, estratégicamente, dos copas de mosto y una de ese vino legendario. Agachó la cabeza, inspiró profundamente y puso en el tablero las bebidas indicadas. Si la mujer de sus sueños estaba allí, elegiría el vino de Requena. Cuando llegó, permaneció detrás de ellas, callado, como el condenado que va camino del patíbulo. Escogieron las tres copas, fue valiente y alzó la mirada. Aquí estaba, a escasos centímetros de él, de espaldas, con el pelo recogido, balanceando el cáliz con sus dedos y haciendo que su corazón latiera efímeramente. Se retiró el velo, se giró y por fin la pudo ver. <<Mi mejor servidor… qué hace aquí…>> le dijo su señora. ¡Por Aláh! Había tenido a la mujer de su vida delante y no se había dado cuenta en todo este tiempo. La tomó de la mano y la acompañó a un salón contiguo. Cuando la tuvo de frente, decidió besarla, pero antes, un joven emisario le trajo un segundo mensaje. En el texto, el rey Almohade, su rey, le ordenaba que matase a la dama mozárabe. En recompensa, todos los terrenos de ella, Requena y Utiel, pasarían a sus manos.

Todo había sido una trama. La pugna entre sus sentimientos y su ambición no tardó mucho en decantarse, desenvainó la espada y se postró de rodillas ante su señora, la miró a los ojos y le suplicó un beso. Ella le exigió que antes de rozar sus labios, tendría que compartir un sorbo de su elixir. La felicidad lo embargó al corroborar el dulzor de su saliva y el paladar de ese vino afrodisiaco que lo arrastraba al letargo más absoluto. En ese instante y cuando creía haber conseguido su objetivo, volvió a escuchar el chispeante canto del gallo. De nuevo había sido un sueño, pero ya había descubierto quién era la dama de sus ilusiones. No podía perder más tiempo; se levantó de aquel camastro, se vistió con su media luna y subió al palacete. Accedió a sus aposentos y le ofreció una copa de ese vino mágico. Ella le sonrió y por primera vez, él se atrevió a cruzar el umbral de aquella estancia. La joven le regaló sus besos dulcificados y él la defendió hasta su muerte, como si de una reina se tratase. El sueño del caballero de la media luna, del vino, y la dama del Sol, se estaba haciendo realidad. Acabó aprendiendo que si es bueno vivir, todavía es mejor soñar, y lo mejor de todo, despertar. -FIN-

Antonio Jesús García Pereyra, Málaga

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DÍAS DE VINO

“Este parece ser un mal día para su excursión… -dijo el hombre en la recepción-. Ojalá no cancelen su tan planeada visita”.

En realidad me desanimó su comentario. Había planeado esta visita por mucho tiempo, pero decidí que ni su comentario, ni un día lluvioso arruinarían esta experiencia.

Cuando bajé del tren la sensación fue maravillosa. Una fresca brisa me golpeó el rostro. Olía a tierra mojada, pero se respiraba ese aroma que sólo se percibe en esta región de España. Caminé hasta encontrar un taxi que me llevara hasta la D. O. de Uriel Requena. El trayecto fue incomparable. Una serie de pintorescas imágenes corrían frente a mis ojos, mientras a brisa mojaba mi rostro por la ventana. Me sentía como cuando era una niña y mi papa me llevaba en su vieja camioneta hasta el campo.

Con una gran excitación observaba como un paisaje medieval se abría camino frente a mí. Veía kilómetros y kilómetros de viñedos. Por la velocidad y la distancia era imposible ver las uvas, pero sabía que estaban ahí; su olor las delataba. A los lejos se levantaban iglesias y pequeñas casas medievales. Sin duda dejaba atrás el mundo moderno, ahora viviría la magia con tal cercanía…

Finalmente, llegué. El guía nos esperaba. Su voz, para encaminarnos, sólo lleno el aire de con una dulce impaciencia. Todos nos pusimos nuestros impermeables y salimos a caminar entre los viñedos bajo la suave lluvia.

Sin sentirlo, estaba ahí. Rodeada de cientos de viñedos y miles de suaves uvas. Manuel –el guía- nos explicó el proceso desde el inicio. Fue una sensación de ternura el poder tener en mis manos un racimo de uvas, mientras el agua corría entre mis dedos.

Más tarde, siguieron las bodegas. Eran de piedra o arcilla, no estoy segura, pero ahí nos despojamos de los impermeables. El frío, que se sentía entre esos barriles con historia de miles de años en el arte del vino, nos cubría con una calidez singular. Por último, la cata de vinos, explicada inmejorablemente, por el mejor guía. Todo el proceso explicado desde la semilla, hasta la copa de vino que sosteníamos en nuestras manos.

Quise terminar ese viaje de la mejor manera posible. Pedí una copa de vino y me dirigía hacia la terraza. Apreté mi chal, y olí el vino en mi copa. El mismo olor era embriagante. Bebí un sorbo y miré el paisaje. La lluvia tupida, bañaba aquellos bellos viñedos y el viento jugaba con mi cabello. “No pude haber elegido mejor día…”.

 

Ana Viridiana Gómez Plascencia, Jalisco (México)

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LA ARMONÍA DE LA TARDE

A la sombra de los pinos, tumbada entre la maleza, un festival de aromas me embriaga y remueve mi alma. De fondo, la música de las inagotables y persistentes cigarras se ve alterada por el leve suspiro de un pajarillo y el zumbido de las laboriosas abejas. Algún saltamontes pasa por encima de mí, mostrándome el colorido abanico azulado de sus alas. Unas mariposas revolotean.

Frente a mi mirada, el extenso altiplano, regado del verde mate oscuro de las hojas nacidas sobre sarmientos de madera erguida, que sostienen, ya en estos días, los racimos de grano redondo y compacto, de bobal, de piel roja violácea oscura, casi negra, que se balancean ante la brisa de la tarde perfumada de olor a romero, tomillo, ajedrea y de las primeras flores violetas del espliego. Allá, a lo lejos tempranillo, macabeo, cabernet sauvignon... Las cepas de medio porte, surgen de un suelo rojo arcilloso a veces, blanquecino de areniscas y conglomerados que se despliega en una infinita gama de colores, del casi blanco al ocre, del siena al rojo, del carmín al tierra intenso.

A mi espalda, la sierra de la Bicuerca, arcaica, impertérrita, que junto a sus otras hermanas las sierras, cogidas de la mano, abrazan en un circulo casi perfecto, la gran llanura del altiplano. Recortándose entre los primeros destellos del ocaso incomparable, festival de colores del azul, al naranja de fuego, del sol que la tarde esconde. Violetas, carmines, rojos ... que espectáculo para los sentidos. Más abajo, el agua de las escorrentías ha formado un río seco, un reguero de donde emana un frescor gratificante en estos días de canícula, a la sombra de los barrancos perfilados, plenos de vegetación exuberante, que surge trepando desde un suelo de cantos rodados, fruto de la erosión que en su juego el agua ha provocado. A sus espaldas el regalo orográfico que el curso del Cabriel ha esculpido a fuerza de meandros.

La uniformidad del paisaje se alterna con pequeñas manchas aisladas de carrascales y pinos, que me trasladan a un tiempo anterior, de paisajes boscosos de carrascal termófilo, todavía vírgenes. A los campos de vides acompañan sus aquí parientes, los almendros, repletos de frutos de madera vestida con traje verde y terrenos baldíos salpicados hasta hace poco del atrevido rojo de las amapolas...

Quisiera no moverme de este maravilloso espectáculo que ante mis sentidos se ofrece, pero empieza a refrescar, el día de seco calor intenso, va a dar paso a la noche, hoy clara y luminosa alumbrada por la luna y su cerco.

Proseguimos el camino, el hambre se insinúa... ampliamos el espectáculo sensorial dejándonos llevar por la variada y deliciosa gastronomía, de sabores que aúnan tradición, calidad y buen hacer. Descorchamos la botella de vino tinto... observo como al caer en la copa su cuerpo denso y recio, sus lágrimas rojas violáceas se escurren por las paredes de la copa transparente ahora llena de vida, que al agitarla me insinúa con aroma potente, frutos rojos maduros.... mi boca se debate entre la armonía y el equilibro y la rotundidad...

El primer sorbo evoca, como un obsequio para los sentidos, el recuerdo de la armonía de la tarde...

 

Montserrat Viana Marco, Cuevas de Utiel (Valencia)

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DÍAS DE VINO

Miraba ensimismado su copa con ese líquido precioso que tantos días le acompañaba, como un amigo fiel siempre dispuesto a disfrutar de los buenos ratos y porque no también en esas ocasiones que necesitaba alegrar su alma.

Se encontraba sentado en aquel restaurante de esa ciudad de acogida que le cautivó un día con su aroma, sus gentes, sus viñedos. Recuerda su llegada a la zona, hace ya más una década, era otoño la estación mágica de los viñedos, sus tonos ocres y amarillos como un manto multicolor inundando los campos, un espectáculo maravilloso de contemplar.

Y como no, la vertiginosa actividad de la zona al llegar la esperada vendimia, la recompensa al gran esfuerzo de todo un año de duro trabajo.

El mimo que recibe la preciada uva en cada fase de su elaboración, cuidando hasta el último de los detalles.

El reposo donde ese vino toma cuerpo y carácter para luego terminar en una copa como la que sujetaba en sus manos. Un verdadero arte hecho líquido, pensaba, una exquisitez para los sentidos.

Cuantas cenas y almuerzos regados con sus caldos, cuantos tratos y negocios cerrados entre sorbo y sorbo. Cuantas celebraciones y alegrías.

A veces se preguntaba, que inconscientes somos de su presencia, de su compañía desinteresada.

Luego bajo de nuevo la mirada hacía su copa, la balanceó al trasluz, aspiro su aroma y muy despacio saboreo un pequeño trago que mantuvo unos segundo en su boca, su evocador sabor lo transportó de nuevo a los viñedos multicolor de los campos que le cautivó un día.

 

Rosa Labado Gámez, Logroño (La Rioja)

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REQUEDÉN

Cuando llevábamos tres meses planeando aquel viaje y al fin decidimos el destino, ¡bendita la hora! Nunca lo lamentaremos… Hacía doce años que no nos veíamos- la distancia, la imposibilidad de ponernos de acuerdo con las fechas, la crisis…- y decidimos pasar un fin de semana alejados de todo el estrés de la ciudad y de la prisa, los coches, los notengotiempo y los luegotellamo… Decidimos reunirnos en Requena para pasar un fin de semana inolvidable en nuestras vidas, así intuíamos y así fue.

Alquilamos una casa rural llamada “Balcones de Oleana”, Balcones del Edén, diría yo; con todas las comodidades posibles. Inés se encargó de todo y, a pesar de vivir en Las Afortunadas Islas, no tuvo problema alguno debido a la posibilidad de hacer las gestiones vía Internet. El resultado fue una acogedora casa rural sita en un enclave natural único, dotada de unas instalaciones que no las podríamos haber imaginado tan completas y cómodas, con una habitación para cada pareja de amigos, con un salón dotado de chimenea y unos paisajes que te recargaban las pilas a cada instante.

Primero llegamos nosotros y ya por los senderos de viñedos que nos dirigían a tal lugar, íbamos respirando un aire fresco y puro que nos invitaba a perdernos en una naturaleza viva y sana, olvidando la rutina y haciéndonos recordar que tras los interminables edificios de la ciudad hay algo más…algo de lo que es imposible prescindir, aunque sea ocasionalmente. Cuando llegaron los demás, los saludos tras tan largo tiempo nos hicieron incluso llorar de emoción.

Los seis juntos nos reunimos en el salón y descorchamos una botella de vino del lugar para deleitarnos de tal elixir al mismo tiempo que disfrutábamos de nuestras conversaciones plenas de recuerdos vivos y memorias de remotas épocas en común, los pequeños placeres de la vida que te hacen perderte en el tiempo y encontrar por momentos la felicidad ansiada. ¡Dios! Había olvidado lo que se sentía al estar tan relajada, pensaba yo.

Al día siguiente, nos esperaban las diversas actividades que Inés había planeado para nosotros y a las que invita el lugar. Realizamos una ruta de enoturismo que era algo novedoso para nosotros y que todos estábamos de acuerdo en que debemos repetir, sin esperar a que pase otra década, claro está. Realizamos excursiones por la sierra cuyos paisajes eran dignos de la más insana envidia, pues tanta belleza se nos antojaba inusitada. Al mirar al horizonte de sangre escarlata, en un atardecer dorado y carmesí, nuestra vista se perdía al igual que se perdían frente a nuestros ojos los diversos animalillos entre los matorrales. La magia del instante, la magia de la vida…

Cuando llegamos a la que llamábamos nuestra guarida, ni el cansancio nos impidió seguir disfrutando de nuestra velada, de nuestras risas y de nuestros recuerdos…como si así el tiempo se tornase más lento y nuestro regreso se pudiera de ese modo aplazar más. Todos estuvimos acechando el amanecer para llevarnos esa insólita fotografía en nuestra memoria.

El día de nuestro retorno, no recuerdo tristeza, sino añoranza por la imposibilidad de estar juntos, por estar la distancia impuesta ante nosotros; y acordamos que anualmente, como quien cumple un convenio vigente, regresaríamos a nuestra guarida para así vivir juntos momentos inolvidables, que te hacen coger un papel un día para plasmar tu experiencia dejando así constancia de que fue real y no un sueño, para asegurarte a ti mismo de que el paraíso existe.

 

Adna, Cartaya (Huelva)

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DÍAS DE VINO

Derramó de nuevo el vino en el recipiente que momentos antes secaba con un paño. Le dio su tiempo. La chica posaba desnuda. Sentada de espaldas al balcón desde el que se divisa la vega del río Magro; antiguamente denominado “Oleana”, desconocía la proyección que la luz le dibujaba en la piel.

Biagio la observaba a distancia. La elección de aquel edificio centenario rodeado de balcones y ventanales; erigido en su momento como vivienda típica de agricultores, permitía al artista impregnarse de ese entorno incomparable que ofrece la ruta del vino, para más tarde plasmarlo en su obra. Tomó el recipiente que lo contenía moviéndolo circularmente. Comprobó la textura antes de olerlo. - ¡Bárbaro!- exclamó.

Pausadamente delimitó en el aire los trazos que en aquel dorso recorrería. Ocupó el espacio vacío tras la dama.

Una planta enredadera trepó por la espalda de la joven. Las hojas delimitadas con carboncillo se cubrieron de un tinto aroma a vid. Partió del coxis, terso y claro. Ascendió enraizándose en una sucesión de vértebras correlativas para después descender por el perfil derecho. Culminó la obra posando la última hoja en sus labios.

Las cámaras de los periodistas inundaron la sala provocando una tormenta de luces e instantáneas que suscitó un revuelo espectacular entre los vecinos de San Antonio de Requena.

Biagio di Rondo, excéntrico y extravagante artista, descubría así al mundo su inspiración a la hora de rodar en directo el spot publicitario que abriría la campaña de difusión de aquella afamada cultura del vino con Denominación de Origen Utiel-Requena, concebida en el marco incomparable que ofrece dicha ruta a los amantes del enoturismo.

 

Ana López Aguilar, Cartagena (Murcia)

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UTIEL – REQUENA, EL PARAÍSO DE LA BOBAL

Tras el azul mar mediterráneo de las costas de Valencia y en dirección Oeste por la autovía A-3, surcamos una travesía hacia la meseta castellana, pero sin abandonar los lindes de la provincia y a escasos 70 km. de la capital del Turia, encontramos que los tonos verdes de la huerta se tornan rojizos y marrones.

Estamos ante un mar de viñas, viñas que nos sorprenden con los diferentes colores dependiendo de la estación del año en que nos encontremos, pero siempre sobre una tierra que alberga uno de los tesoros naturales del mundo vitivinícola, la variedad Bobal.

En esta altiplanicie sembrada de plantas, cuyos frutos son el origen del néctar de los dioses, encontramos los municipios de Requena y Utiel, grandes productoras de vino, encontramos grandes bodegas. Bodegas jóvenes y no tanto pero arraigadas sobre una misma labor, la elaboración de vinos.

Los vinos de esta zona, apreciados desde antiguo, denotan un carácter inusual y único en el mundo, la frescura y la frutalidad. Desde antaño la producción de rosados ha sido práctica habitual en la zona, siendo quizá el vino rosado que más color atractivo nos recuerda a la entrada de una fresca primavera.

Los tintos jóvenes y los de guarda, nos presentan colores persistentes y aromas frutales, invitándonos a consumir un líquido de gran aroma y persistencia en boca. El trabajo de sus gentes bien merece un trago de buen vino en nuestras bocas, para recordar de dónde venimos y hacia dónde vamos.

La uva Bobal, considerada antaño una uva para dar color y aromas a vinos jóvenes y frescos, hoy compite con las mejores variedades mundiales para hacerse un hueco importante en el mundo vinícola, además si unimos el carácter de la zona, con gentes amables y sobre todo a un paisaje único, podemos decir que la joya de la corona ya no es una consorte y acaba de afirmarse en el reino de las variedades.

No solo Utiel-Requena es vino, sus famosos embutidos de la zona invitan a disfrutar de jornadas placenteras en todas las épocas del año, disfrutando de los parajes hacia el sur o el oeste, siendo punto de partida para excursiones por los ríos Cabriel y Júcar, vistando parajes como el embalse de Benageber, surcando los pueblos como Sinarcas para llegar a la comarcas altas de la província, vistando las pedanías aledañas que esconden tesoros naturales, …

Y si algo no se puede dejar de visitar son las bodegas que se encuentran en la comarca, las hay modernas, tradicionales, históricas, sorprendentes, … pero si algo tienen en común es que elaboran el fruto de la tierra y que tienen los brazos abiertos a los viajeros que quieren disfrutar de sus aromas, sus artes, su amabilidad y sobre todo de sus vinos.

 

Javier Prats Valero, Manises (Valencia)

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EL MEJOR

Hace fresco, pero me gusta pasear por el campo al amanecer.

Al salir de casa, mi perro ya está esperándome para acompañarme.

Salimos por el camino de la vereda. Poco a poco, el pueblo se va quedando atrás.

A cada lado del camino, las viñas. Toda una llanura verde en la que, con los primeros rayos de sol, brillan como diamantes las gotas de rocío sobre las pámpanas y las uvas.

De pronto, agazapada debajo de una cepa, salta zigzagueando una liebre. Mi perro la persigue, pero yo no quiero que la mate y le grito: "¡Lucero, vuelve!". Se detiene un instante y sigue tras la liebre, pero ésta ya le ha sacado delantera, salta una linde y se escabulle.

Mi perro regresa triste sin la caza que quería ofrecerme. Yo le acaricio y seguimos caminando.

Creo que este año la cosecha va a ser excelente. Corto un racimo y muerdo las uvas. Están deliciosas. Le doy a Lucero que también le gustan.

Estos últimos meses, hemos tenido reuniones para apoyar la Denominación de Origen. Para lograrlo, creo que lo primero es que la uva sea buena, de óptima maduración. Y después, la bodega tiene un gran trabajo para la elaboración. Así y todo, creo que nunca beberé ningún vino como el que preparaban mi abuelo y mi bisabuelo en el Jaraiz, pisando ellos mismos las uvas.

Pero el recuerdo de aquel vino está presente en mi paladar y, así, cuando me ofrezcan las catas iré probando hasta encontrar el de mi recuerdo, el mejor.

 

Josefina Sierra Fernández, Valencia

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EL BESO DULCE

La tarde se extinguía en un silencio anaranjado. El sol, ya casi en el horizonte de los viñedos, profería sus últimos gritos, irrumpiendo cálidamente en la pequeña bodega. Permanecí un tiempo indeterminado sentado justo enfrente de la barrica que criaba el vino procedente de uvas de bobal sobremaduradas, sujetando el balón de una copa borgoñesa. Era invierno. Emanaban tímidamente los aromas de pasas caramelizadas que se mezclaban con el bálsamo torrefactado de una madera ya vieja, mientras yo todavía permanecía absorto, contemplando el levitar de las partículas de polvo que mis pausados movimientos habían alterado en la perpetua calma de la inmutable atmósfera de la bodega. Tenue dulzura.

En aquella comida a orillas de la playa, ella atrapó mi atención, aún más si cabe. Con un suave giro de muñeca, en el sentido en que discurre el segundero de un reloj, remataba magistralmente el reparto de agua en cada uno de los vasos, tal como si derramar una gota implicase una falta de respeto al propio elemento, tal como si el elemento fuese una obra del arte. Aquella tarde, antes y después de nuestro primer café, la pregunta me rondaba y su respuesta me colmó de esperanza, de un modo difícilmente descriptible. Momentos antes, mientras paseábamos por las calles de Valencia, me había invitado de un modo sutil a compartir la nochevieja, con un grupo de amigos, en una casa rural de la comarca Utiel-Requena, un lugar con vistas a una fértil vega, tierra de aluvión que el río Magro había repartido para disfrute de las vides y de los artistas vitivinícolas.

El vino, elegante en su sencillez, vestía un cristal límpido sellado con un corcho de alcornoque bicentenario y una etiqueta que calificaba su exquisita procedencia. El tinto comenzó a oxidarse, aguardando el comienzo de la última cena de aquel año. Los aromas catorcemesinos agotaron su gestación, emanando con vigor del contenedor vítreo oscuro de atractivas curvas bordelesas, mientras yo permanecía abstraído, contemplando la sutil cadencia del deslizamiento de su andar menudo en una eterna aproximación hacia mi disimulada presencia.

- ¡Qué bien!, ¿Es tu vino? – Preguntó ilusionada.

- ...traje unas botellas para la cena, espero que te guste -, contesté con agrado.

Durante el fugaz instante en que la copa se acercó a sus labios, permanecí absorto, contemplándola en la perpetua calma de la inmutable atmósfera de la estancia. Las invisibles hileras del tenue aroma dulce impregnaron su delicado olfato. Sus párpados entornaron pausadamente. Así, la imperceptible inspiración nasal precedió al fluir de la verdad en el río tinto de su boca, tiñendo las perlas esmaltadas en su discurrir armónico.

Fue entonces. Entorné mis párpados y bebí de su vino, consentido, en la sinceridad del orden de mi imaginación.

 

José Rafael López Moya, Venta del Moro (Valencia)

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VINO, SOL Y DOCUMENTOS CIFRADOS

Temía quedarse más tiempo del conveniente, pero lo cierto es que estaba tan a gusto en aquella terraza que se pasaría la mañana entera allí. El sol le acariciaba la cara donde el sombrero lo permitía y lo llenaba de una adormecedora calidez. Otras personas ocupaban las mesas a su alrededor y todos parecían disfrutar del buen tiempo propio del lugar.

No podía quedarse más allí, pero lamentaba de veras tener que irse. Una misión lo había llevado en esta ocasión a un hotelito entre viñas en la región de Requena-Utiel, famosa por sus caldos.

Apuró el último sorbo de vino, lentamente, saboreándolo. No sabía nada de vinos, pero el intenso color cereza de aquel tinto, su aroma afrutado y su sabor lo habían conquistado. El camarero le había explicado que era de los mejores, hecho con uva de la variedad Bobal, casi exclusiva de esas tierras.

Miró el maletín que, en la mesa, acompañaba a la copa ya vacía. El intercambio de documentos se había hecho según las condiciones fijadas y con toda normalidad. Después vendría la tarea más compleja de descifrado, pero eso ya no le incumbía. Él nunca sabría qué ponía en esos papeles que le habían entregado en un sobre cerrado.

Pese a que no había detectado movimientos sospechosos y podría asegurar que no le habían seguido, resultaba peligroso permanecer allí más tiempo del estipulado, deleitándose con el sol, el paisaje y el buen vino. Una pena. Se levantó, cogió el maletín, pagó al sonriente camarero y se fue, deseando que el próximo encargo lo llevara a un lugar tan agradable como aquel.

Mientras salía, un hombre con gafas de pasta que estaba en una esquina de la terraza no le quitaba ojo. Se levantó también y le siguió a una prudencial distancia. Ambos eran parecidos, se dedicaban a lo mismo pese a que estuvieran en bandos contrarios. Pero a diferencia del hombre del sombrero, el de las gafas no lamentó tener que marcharse de allí. Sin duda no había probado el vino.

Rosaura Ruiz Gallego, Paiporta (Valencia)

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265 LA BOTELLA

Era una fría velada, a pesar de ser primavera. El invierno parecía no quería abandonar la ciudad. Aún el blanco manto se extendía hasta los pies de las colinas. No apetecía salir, no tentaba nada. Acababan de cenar, temprano para sus costumbres, y nada había que hacer. Ana se dedicó a ordenar el sótano, intentando mantenerse ocupada, mientras Julián vegetaba frente a la televisión. Entre trastos encontró un par de botellas de vino, recordó que cuando se mudaron a la casa, para celebrarlo habían comprado bastante, y parecía mentira que en este rincón se hubieran escondido durante tanto tiempo. Limpiándole el polvo que se le había depositado comprobó se trataba de un vino del 2001, se entretuvo leyendo los detalles, la uva bobal, las barricas de roble donde se crió, la bodega Mas de Bazán. La mente sin darse cuenta estaba volando, imaginándose en el viñar. Subió junto a Julián, con el vino y un par de copas. Con un poco de suerte le despegaría de la caja boba y podría disfrutar de un poco de conversación, animaría la lúgubre velada.

Cuando miró de nuevo la hora, era pasada la medianoche, en la conversación habían recordado aromas y sabores que solamente el vino pudo haber resucitado de las arcas del pasado. Ideas de platos que hacía tiempo no habían degustado y que tendrían que cocinar un día de estos, paseos por el monte que en esta primavera, una vez el valle en flor, podrían fácilmente repetir y disfrutar. Los sentidos se habían despertado, la llama de la vida estaba nuevamente encendida. La hibernación quedaba atrás.

 

Pablo Millares Martín, Leeds (Gran Bretaña)

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UNA IMAGEN DE LA VENDIMIA

Empezaba a amanecer, cuando buscando información para un trabajo de publicidad relacionado con el enoturismo de la comarca, había llegado hasta una pequeña localidad próxima a Utiel. Un camino de tierra serpenteaba ante mí, a cuyos lados los viñedos, en perfecta formación, salpicaban de infinidad de motas verdes las onduladas colinas. Los troncos de las cepas, oscuros y retorcidos, emergían de la tierra que empapada por las recientes lluvias desprendía en aquel momento un intenso e inconfundible aroma. Grandes y ásperas hojas verdes repletas de diminutas gotas transparentes cubrían los arbustos, mientras una suave brisa iba meciendo los apiñados frutos rojos que pendían de sus ramas. Recordé que en mi bolso guardaba mi inseparable máquina fotográfica, por lo que me dispuse a plasmar aquellas imágenes, aunque lamenté su incapacidad por lograr hacerlo también con los olores.

Iniciaba ya el camino de regreso, cuando llamó mi atención un grupo de personas de edades diversas que agazapadas iban recogiendo los frutos de los viñedos. Ante mi saludo, sus cabezas emergieron con rapidez y casi al unísono me respondieron. Me acerqué hasta ellos y tras presentarme, les pregunté si no tendrían inconveniente en que pudiera compartir con ellos aquella jornada. El que parecía liderar el grupo, un hombre de mediana estatura y de edad indefinida, me contestó afirmativamente, pasando después a presentarme a los componentes de su muy dilatada familia.

A mediodía, un pequeño descanso nos reunió a todos bajo la acogedora sombra de una aislada encina y mientras las mujeres preparaban el almuerzo, Damián -que así se llamaba el patriarca del grupo- empezó a explicarme lo mucho que significaban para él aquellas tierras, de cómo recibió de su padre un día aquel legado, quien a su vez lo había recibido del suyo y que más tarde pasaría a su hijo y de éste a su nieto cuando faltara.

Me habló de los esfuerzos realizados durante años para mejorar las cosechas, para luchar contra las plagas...; para empezar de nuevo cuando un mal año se lo llevaba todo. Me habló de la tierra como la madre que amamanta a sus hijos; de las cepas que como delicados retoños exigen infinidad de cuidados y atenciones. Me habló sobre sus variedades, sus texturas; sobre el momento inigualable en el que, extraído su jugo y tras hibernar en oscuras barricas de maderas nobles, el caldo se hallaba dispuesto a ser paladeado.

Cuando más tarde descargué las fotos, pude contemplar nuevamente el amanecer entre los viñedos, los rostros sonrientes de aquella gente; el instante en que un pequeño entregaba a su madre unas uvas mientras ella le miraba con ternura. Pero sobre todo me detuve en la imagen de Damián, con su raído sombrero, su mirada sabia y bondadosa, sus manos grandes y rugosas que parecían ofrecerme los racimos que en ellas sostenía.

 

Cristina Marí Torres, Pòrtol – Marratxí (Islas Baleares)

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LO QUE DE VERDAD IMPORTA

Hablando de noches oscuras, ¿pero quién querría venir a un sitio como éste? El hombre no pudo evitar suspirar este pensamiento cuando se derrumbó sobre la cama. Demasiadas horas al volante le habían dejado exhausto mental y físicamente, pero lo cierto es que el colchón; uno de esos kilométricos ejemplares que ya solo perviven en las casas con solera, era cómodo, las sábanas estaban limpias y las mantas eran muy acogedoras. Nunca se encontraba a gusto en una alcoba nueva hasta después de pasar varias noches en ella; sufría a menudo la desagradable sensación de la cama ajena, pues su trabajo de tiburón inmobiliario le obligaba a dormir fuera de casa a menudo, no obstante esa vez fue diferente. Pero claro, es que esa era su cama, a pesar de que muchas cosechas habían sido recogidas desde la última vez que durmió en ella. No tenía planeado pasar la noche en la casa de sus abuelos; para evitar que un repentino ataque de sentimentalismo le hiciera flaquear en la determinación de vender la propiedad, pero los hoteles del pueblo estaban completos, así que no tuvo otro remedio. De hecho el alojamiento era el motivo que le había llevado hasta allí desde la provincia del norte en la que vivía por entonces. San Antonio y el resto de la zona estaban creciendo merced al enoturismo y las actividades relacionadas, y cierta cadena hotelera le había ofrecido una sustanciosa suma por convertir el terreno en el que se levantaba la casa familiar en un moderno resort.

Pensaba resolver todo aquel asunto con rapidez, pero debido a causas ajenas a su voluntad; la fiesta local, lo cierto es que su estancia se dilató en el tiempo más de lo previsto. Al final tuvo que quedarse casi una semana, tiempo de sobra para pasar de ser un esclavo del reloj a aprender de nuevo a paladear despacio el paso de los segundos. Durante aquellos días volvió a recorrer las pistas en las que estrenó su primera bicicleta, a recrear la mirada en el mar esmeralda de los viñedos, a disfrutar de una simple charla al calor de un vaso de vino…

Pero el día de la firma del contrato de venta llegó al fin. Era una mañana fresca y limpia, dorados rayos de luz se colaban por las rendijas de la persiana de la habitación del hotel elegida para cerrar el trato. El heredero cerró los ojos e inspiró profundamente…, imágenes del posible destino de la región aparecieron en su mente, por un momento creyó ver las legiones de futuros visitantes llegando hasta el pueblo; un ejercito pacífico pero no menos destructivo, pues el lugar jamás volvería a ser el mismo. Era algo que había visto demasiadas veces, ¿y todo a cambio de qué? De dinero, un dinero que además sería únicamente para el. Muy diferente era el hombre que salió de la habitación dejando los papeles sin firmar que el que había llegado al pueblo tan solo unos días antes.

Finalmente ocurrió lo que temía que podría suceder cuando llegó, una mezcla de recuerdos y de la incuestionable belleza del lugar habían eclipsado su juicio por completo, o quizá lo habían hecho más agudo, de hecho pensó que era injusto que otras personas no pudieran llegar a disfrutar de un cambio como el que se había operado en el. Tal vez con sus contactos podría convertir la casa en un hotel, pero no, algo más pequeño y más acogedor sería lo mejor… Ya se le ocurriría algo, hay muchos que querrán venir a un sitio como éste, se decía mientras observaba desde el balcón de su casa como el sol desaparecía tras las montañas de la sierra y la luna y las estrellas aparecían en el escenario para obsequiar a la Tierra una noche más con su eterno baile nocturno.

 

Julián Muñoz Carrasco, Galdácano (Vizcaya)

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LA CATA

El húmedo corcho esparció el aroma secuestrado.

Un torrente de Bobal abandonó los barrotes de cristal y se desató sobre la copa. Sus salpicaduras insertaron diminutos colmillos en las comisuras de la boca cristalina, dejando fluir la simbólica sangre de Cristo al océano de vides aplastadas por pies de carne y metal.

El agitado movimiento del tallo despertó fragancias frutales y días de lluvia; gravándose en la memoria de la nariz y avivando un pozo de recuerdos olvidados.

La mucosa sedienta dejó su impronta de carmín, mientras un simbiótico intercambio entre papilas y mosto maduro tenía lugar.

 

César Socorro Meza, Las Palmas de Gran Canaria

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EL GUERRERO Y EL PARAÍSO

El vino es el amigo del sabio y el enemigo del borracho. Es amargo y útil como el consejo del filósofo, está permitido a la gente y prohibido a los imbéciles. Empuja al estúpido hacia las tinieblas y guía al sabio hacia Dios. Avicena.

El guerrero almorávide supura amor por los cuatro costados; blande al cielo su cimitarra refulgente cercenando primero la brisa y después el arco del sol naciente en dos mitades, tras la continuada serranía abrupta, sobre la Hoya de Buñol, a las puertas de Alborache. Las yeguas árabes, por decenas, han bordeado las hectáreas uniformadas en hileras de cepas marciales, respetándolas, y aquéllas, estilizadas y briosas, oprimidas por el bocado, con las pupilas titilando (presagiando una orgía de sangre), piafan nerviosas preludiando la tragedia. Al oeste, reverdece un baldío río que se mece inversemblante en el silencio apócrifo del viento y que hubiera querido tener el magnetismo del Júcar. Al norte, en medio de la hondonada, el campo de batalla, una inmensa pradera sesgada a intervalos por calveros de terreno calcáreo, un campo de batalla que, espera los ojos ensartados, los muñones sanguinolentos, las heridas abiertas en los vientres como bocas del diablo…

El guerrero almorávide, altivo en la penuria, a lomos de un alazán más noble que Babieca, escuchará silbar las temibles lanzadas que infructuosamente esta vez buscarán cuellos del que penda una cruz de plata… y recuerda, con una mitad chispa de fuego y otra mitad lágrima de agua brillando en medio de la retina, sus paseos con su enamorada por La Canal de Navarrés, por el laberinto de la luna llena, por los seductores racimos apretados, por la ribera del río Escalona que moría en el mismo Júcar, por los innumerables pozos abiertos, por los contornos de los lagos serenos, por los desfiladeros suicidas, por las torrenteras vertiginosas, imaginando los ojos rotundos de la naturaleza que fueron cómplices y testigos de sus lances amorosos, memorables entre las cepas. A su amada mozárabe la han matado, hace menos de diez lunas, fue una afilada espada cristiana que se llevó el pecho del corazón, de un solo tajo, un tajo que bebía de la envidia de sus viñas, que no admiraba ni el cielo de su paladar ni el infierno de su belleza.

El guerrero almorávide observa en lontananza, bajo la falda fría de la montaña, cómo se recorta negra la silueta interminable de los combatientes cristianos con caballos levantinos, por centenas, embrutecidos, según la leyenda alimentados con infantes musulmanes y bereberes, équidos vanidosos y ufanos que anuncian la victoria alzando las patas delanteras, que anuncian la victoria con relinchos provocadores que lindan con la humillación en medio de una brisa matutina que no acaba de disiparse, y, observa también, sobre un peñasco prístino, al cruel Don Rodrigo, jactándose, robando el viento perspicuo del sur con sus pulmones de acero, encumbrado en agasajos reverenciales desde ese otro lado, ese hombre correoso está arengando a sus huestes mientras se ajusta el yelmo, incita a la algazara junto a la base de los acantilados filosos, con revoluciones intestinas en el bajo vientre que ascienden hasta una boca plena de espumarajos, ensalivada de injurias envenenadas que le sobrevienen una y otra vez a la lengua áspera, y azuza a sus fieles vasallos a que no dejen moro con cabeza sobre los hombros, va a ultimar la Reconquista de Valencia tras el asedio de diecinueve meses y medio, es… la batalla final.

Corre el 15 de junio de 1094 y el guerrero almorávide no lo hace por Alá, ni por el Alto Mando del Califato, ni por la gloria militar..., allí están todos conminados por el estupor de la políticas territoriales y religiosas; lo único que lamenta innecesariamente es que, con su última contienda hacia la muerte, su particular sultana, la mujer más dulce que los higos con vino, que la miel con vino, que las nueces con vino… rechace desde el seno ausente del desdén la ofrenda de su vida, sus latidos de luz en el más allá, tras el trance; frenarán el avance de sus huestes militares, frenarán sus mesnadas de coraje heroico, frenarán hasta las últimas consecuencias su empuje sentimental hacia el encuentro, cuando el relumbrón del amanecer ya esté en su apogeo; aunque al Amor, no podrán derrotarlo esos cristianos bárbaros, y es así como piensa el guerrero enamorado, desde el fondo más profundo de sus entrañas, desde el fondo más profundo de su alma.

El guerrero almorávide se ajusta el turbante de mártir honroso, voltea su cimitarra hasta hacerla un huracán y espolea su puntiagudo talón de yerro en la carne musculosa de su yegua árabe, hermosa como la Libertad, ésta, tan excelsa y deseable como los besos de los labios de vino de su amada mozárabe que, solícita, lo espera bañándose desnuda en el Paraíso, bajo la cascada de vino, privilegio de los ensueños más delicados, más deliciosos. En el edén, la copa está servida.

 

Setarcos, Viladecans (Barcelona)

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OLEANA, EL RÍO DE LA VIDA

Llovía. Como todas las noches emprendía un largo viaje de vuelta a casa. Las gotas constantes repiqueteaban por mi cuerpo y me reiteraban acusadoras que mi trabajo era inútil, absurdo. Según recorría mi camino, me giraba constantemente e intentaba ver las montañas que había dejado unas horas atrás: horas convertidas por horas en recuerdos de una soleada mañana en la que las viñas ya empezaban a mostrar su esplendor.

A mediodía un joven compañero me salio al paso y con el ímpetu de su edad me abordo: casi sin darme cuenta ya me llevaba en volandas hablándome todo el tiempo de sus proyectos, de sus nuevas ideas. Yo le escuchaba….cuantas veces había oído esas conversaciones tan gastadas.

A mi la vida me había ido bien, siempre correcto con los unos y con los otros, a veces a mi aire y otras encajonado, sabia lo que opinaban de mi pero me importaba poco. La mayoría hablaban sin conocerme, rara vez hasta acertaban mi nombre pero yo pasaba y pasaba. Cada mañana se abría ante mí un camino sin retorno, me ilusionaba cualquier cosa y cualquier cosa me desilusionaba, aquellas viñas viejas que suavizaban las laderas, estaban amenazadas por la codicia del hombre, pero seguían orgullosas y cuando la cadena tiraba de ellas para arrancarlas parecía que más se aferraban a la tierra. Mas tarde, sin ningún tipo de revancha, darán calor a la mano que en la mañana fría las arranca. Gracias a dios, otras siguen impasibles como testigos de vidas pasadas y nos recuerdan que somos tierra.

Confieso mi carácter cambiante. Hay veces que no sé de donde vengo ni hacia donde voy. Unos días arrastro con todo y hay otros en los que todo me arrastra, pero esta mañana un niño se miraba en mí y sonreía, de unas viñas cercanas había recogido unos sarmientos secos, restos ya de la poda y me los arrojaba, mientras yo serpenteaba y serpenteaba. Más abajo su padre me miraba fijamente y metía entre unas piedras de mi lecho una botella de vino. Acto seguido miraba al frente y una mujer lentamente refrescaba sus pies, confieso que los acaricie, ella se relajo inclinando su cabeza hacia atrás permitiendo que la brisa ondeara sus cabellos, y yo seguía mi curso pensando solo en la vida.

 

Javier López Lorenzo, Las Virtudes-Villena (Alicante)

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DÍAS DE VINO

Llenó el depósito de gasolina, respiró hondo, y arrancó el coche, rumbo a Valencia. Regresaba a ese mágico lugar, aunque esta vez todo era diferente, no sería un fantástico fin de semana de vinos por la ruta Utiel-Requena, riéndose y olvidándose de que existe el mundo, con sus amigas. NO, este fin de semana intentaría recomponer su corazón. Había quedado en Requena con Jaime. Unos días antes, había recibido una llamada suya, tenía algo que decirla. No había sabido nada de él desde que decidieron darse un tiempo. ¿Qué querría decirla? ¿Que volviesen juntos? Uf lo deseaba, después de todo, ella seguía locamente enamorada de él, Jaime era el amor de su vida, lo supo al instante de verle. Lo conoció en la casa rural Balcones de Oleana en uno de esos locos fin de semana con sus amigas, Jaime se encontraba alojado allí, celebrando la despedida de soltero de un amigo. Nunca olvidaría sus largas charlas en el patio de la casa. ¿Qué habría reservado, habitaciones individuales o una conjunta? la verdad es que no la importaba mucho, la casa era tan acogedora que no la importaba dormir sola y habían estado tantas veces allí, que Laura su propietaria, era como una amiga para ella.

Tras salir de la autopista paró el coche, quedaban cinco kilómetros para llegar, los nervios la estaban traicionando, necesitaba tomar aire y respirar hondo, había que aprovechar, este aire tan puro no se respira todos los días en Madrid. Recargó fuerzas, se tranquilizó un poco, y arrancó rumbo a su destino. Estaba inquieta, pero sabía que estar rodeada de viñas le daría la fuerza que necesitaba. Lo llevaba en la sangre, había nacido y vivido durante diez años rodeada de cepas. Eran su gran aliado.

Llegó a su destino, eran las nueve y cinco, habían quedado a las nueve, llegar con el tiempo justo la ayudaría a no darle vueltas a la cabeza. Habían quedado en el Mesón del Vino, tomarían un vino y después cenarían algo, aunque no sabía si sería capaz de comer algo, sentía un agujero muy grande en el estomago.

Aparcó y vio a Jaime, esperándola en la puerta, un escalofrío recorrió todo su cuerpo, los nervios pesaban sobre ella, debía serenarse, que él no notase que estaba nerviosa. Entraron dentro, se sentaron en una pequeña mesa, y pidieron un vino en copa grande. Él le preguntó que tal el viaje, a lo que respondió que tranquilo, no era uno de esos fines de semana de largas caravanas. Durante cinco minutos intercambiaron frases sin sentido, de compromiso, evitando lo que verdaderamente tenían que hablar, ¿Cómo estás?, ¿Qué tal la familia? ¿Qué tal este tiempo? Bla, bla, bla. De repente Jaime la tomo la mano, la miró fijamente a los ojos y le dijo “Te quiero y este tiempo me ha servido para descubrir que no puedo vivir sin ti, ¿Quieres casarte conmigo?”. Escuchó sus palabras mágicas, las palabras que toda su vida había soñado oír, saliendo de los labios del hombre de su vida, respiró hondo, sus nervios se habían disipado, y pronunció SI quiero.

 

Mercedes Valiente Rives, Leganes (Madrid)

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EL DESCUBRIMIENTO DE DIONISOS

Dionisos vivió una feliz infancia en la selva y la campiña, rodeado de ninfas, silenos y sátiros. Sin embargo, a medida que crecía únicamente se dedicaba a presidir fiestas desenfrenadas. Su padre, Zeus, pensó que debía realizar algo más productivo que bailar, danzar y tocar la flauta.

Dionisos decidió emprender un viaje. Durante meses visitó diferentes países. Pero estaba aburrido porque nada llamaba su atención. Hasta que un buen día, se detuvo en un pueblo llamado Requena. Caminó por sus campos y descubrió una planta de tronco retorcido y frutos en bayas. Tomó uno de sus redondeados frutos y le gustó su delicado jugo. Y, de pronto, tuvo la genial idea de transformar aquel fruto, al que llamó uva, en vino.

Conoció a campesinos de Utiel y de Requena que trabajaban en sus viñedos y les contó su invento. Con amabilidad, aquellas gentes le ayudaron y elaboraron secretamente una bebida jamás probada hasta entonces. Los recolectores transportaban el mosto en ánforas y tinajas. Después, con un cedazo lo colaban para retirar las impurezas. Con gran sabiduría aquellos trabajadores aprovechaban el poso resultante y alimentaban a su ganado. Las gentes del lugar estaban más alegres desde que apareció allí Dionisos. Por ello, construyeron para él una hermosa casa con balcones. A Dionisos le gustó tanto su nuevo hogar, digno de dioses, que la llamó "Balcones de Oleana".

Se organizaron unas fiestas para celebrar que el vino había madurado óptimamente durante el invierno. Las damas bebían seducidas por el dulce vino, los hombres llenaban sus copas del ánfora donde Dionisos había vertido aquel jugo misterioso.

Zeus, desde el Olimpo, descubrió el bien que había hecho su hijo. Por ello, le coronó con pámpanos como dios de los viñedos y del vino.

Dionisos estaba tan agradecido a aquellas gentes que les prometió que solamente en aquel lugar crecería una uva especial llamada bobal que le brindaría un vino exclusivo. Dionisos había legado a la posteridad un bien imperecedero: la vitivinicultura.

Ascensión Luque Manzano, Estepa (Sevilla)

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PIENSO

Es un buen vino, un vino joven con mucho color, ese aroma...

Pienso en aquellas manos que recogieron los primeros racimos, seguramente, las manos de un anciano que en la tardor del verano concede toda su sabiduría a ese campo que con tanto esmero mimó todo el año...

Sigo pensando en todo el cariño y trabajo, esfuerzo de muchos amaneceres, con los que esbozó sus tierras, canturrendo alguna canción para amenizar su labor,

¿una copla, quizás?

Miro con detenimiento la copa y pienso en campos y campos repletos de viñedos, ese paraje tan particular que me recuerda a mi tierra, donde está mi gente...

Pienso en todos los años de inocencia infantil correteando entre viñas, pienso en todo lo feliz que he sido en mi pueblo.

Y lo que le echo de menos...

Bebo un poco y pienso... Tantos recuerdos...

Esther Alonso Campos, Utiel (Valencia)

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TU ROSTRO EN MI VINO

Cuando entró al restaurante, solo me animé a observarla a través de mi copa del cristalino blanco Macabeo. Funcionó. Se dio cuenta y me sonrió. Nos enamoramos. Ya pasaron dos años, hoy le propondré matrimonio (Si es que me atrevo). Coraje! Puse la copa de blanco Albariño delante de mis ojos, y pregunté. Pude observar su rostro a través del vino. Dijo…. SI.

Daniel Kienigiel, Santa Cruz de la Sierra (Bolivia)

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jueves, 8 de abril de 2010

BASES II CONCURSO DE RELATOS BREVES "DÍAS DE VINO"

LOGO Balcones de Oleana II Concurso de relatos breves

“Días de Vino

 

La casa rural Balcones de Oleana, incluida en la Ruta del Vino Utiel-Requena, convoca el segundo concurso de relatos breves “Días de Vino” con las siguientes bases:

  1. Pueden participar todas las personas que lo deseen, con un número máximo de tres relatos, siempre que sean inéditos y escritos en castellano.
  2. El tema del relato debe ser el vino y las experiencias en torno al enoturismo, ambientadas en la región de la Denominación de Origen Utiel-Requena, donde está ubicada la casa rural.
  3. El relato tendrá una extensión máxima de un folio Din-A4, escrito en letra Arial, a tamaño 12.
  4. Las obras deben ser remitidas exclusivamente al e-mail:relatos@balconesdeoleana.com en archivo adjunto y en formato Word. En el asunto del correo se deberá indicarConcurso Dias de Vino y en el mensaje se deberán incluir los datos del autor-a: nombre y apellidos; dirección completa; e-mail y teléfono de contacto, así como una declaración de que se trata de una obra inédita.
  1. El plazo de envío de relatos será entre el 1 de marzo y el 15 de abril de 2010, ambos inclusive.
  1. Todos los relatos recibidos y que cumplan las bases serán publicados en este blog http://balconesdeoleana.blogspot.com/, a partir del mes de mayo de 2010.
  1. El jurado de Balcones de Oleana elegirá un solo relato ganador que recibirá el premio detallado en la base nº 9.

Además, Balcones de Oleana otorgará un lote de vinos dela DO Utiel-Requena al relato más votado en el blog (el plazo para votar será durante el mes de mayo).

El jurado hará una selección de relatos que serán recopilados, junto a los premiados, en una publicación artesanal con la que Balcones de Oleana obsequiará a sus clientes. Balcones de Oleana se reserva el derecho exclusivo de la publicación de estos relatos.

  1. Los autores de los relatos seleccionados recibirán comunicación directa durante el mes de junio y en este mismo periodo, se hará pública la decisión del jurado. No obstante el premio podría quedar desierto.
  1. El premio consistirá en un fin de semana en la casa ruralBalcones de Oleana entre el 1 de julio y el 8 de agosto de 2010 –según disponibilidad del establecimiento-, incluyendo:
  • Dos noches de alojamiento para 10 personas
  • Visita a viñedos guiada por el viticultor
  • Visita a una bodega
  • Visita al Museo del Vino·Bodega Redonda, con cata comentada de vinos
  • Botella de vino Utiel-Requena de bienvenida
  • Leña de vid para la barbacoa
  1. La participación en el II concurso de relatos breves “Días de Vino” en Balcones de Oleana implica la aceptación de estas bases.