lunes, 3 de mayo de 2010

EL BESO DULCE

La tarde se extinguía en un silencio anaranjado. El sol, ya casi en el horizonte de los viñedos, profería sus últimos gritos, irrumpiendo cálidamente en la pequeña bodega. Permanecí un tiempo indeterminado sentado justo enfrente de la barrica que criaba el vino procedente de uvas de bobal sobremaduradas, sujetando el balón de una copa borgoñesa. Era invierno. Emanaban tímidamente los aromas de pasas caramelizadas que se mezclaban con el bálsamo torrefactado de una madera ya vieja, mientras yo todavía permanecía absorto, contemplando el levitar de las partículas de polvo que mis pausados movimientos habían alterado en la perpetua calma de la inmutable atmósfera de la bodega. Tenue dulzura.

En aquella comida a orillas de la playa, ella atrapó mi atención, aún más si cabe. Con un suave giro de muñeca, en el sentido en que discurre el segundero de un reloj, remataba magistralmente el reparto de agua en cada uno de los vasos, tal como si derramar una gota implicase una falta de respeto al propio elemento, tal como si el elemento fuese una obra del arte. Aquella tarde, antes y después de nuestro primer café, la pregunta me rondaba y su respuesta me colmó de esperanza, de un modo difícilmente descriptible. Momentos antes, mientras paseábamos por las calles de Valencia, me había invitado de un modo sutil a compartir la nochevieja, con un grupo de amigos, en una casa rural de la comarca Utiel-Requena, un lugar con vistas a una fértil vega, tierra de aluvión que el río Magro había repartido para disfrute de las vides y de los artistas vitivinícolas.

El vino, elegante en su sencillez, vestía un cristal límpido sellado con un corcho de alcornoque bicentenario y una etiqueta que calificaba su exquisita procedencia. El tinto comenzó a oxidarse, aguardando el comienzo de la última cena de aquel año. Los aromas catorcemesinos agotaron su gestación, emanando con vigor del contenedor vítreo oscuro de atractivas curvas bordelesas, mientras yo permanecía abstraído, contemplando la sutil cadencia del deslizamiento de su andar menudo en una eterna aproximación hacia mi disimulada presencia.

- ¡Qué bien!, ¿Es tu vino? – Preguntó ilusionada.

- ...traje unas botellas para la cena, espero que te guste -, contesté con agrado.

Durante el fugaz instante en que la copa se acercó a sus labios, permanecí absorto, contemplándola en la perpetua calma de la inmutable atmósfera de la estancia. Las invisibles hileras del tenue aroma dulce impregnaron su delicado olfato. Sus párpados entornaron pausadamente. Así, la imperceptible inspiración nasal precedió al fluir de la verdad en el río tinto de su boca, tiñendo las perlas esmaltadas en su discurrir armónico.

Fue entonces. Entorné mis párpados y bebí de su vino, consentido, en la sinceridad del orden de mi imaginación.

 

José Rafael López Moya, Venta del Moro (Valencia)

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1 comentario:

  1. Hola Rafa ¡Que alegría encontrarte por aquí!
    Internet es un pañuelo. ¿Qué es de tu vida?
    Muchas gracias por tus elogios y tu voto. El primer día que colgaron los relatos, me leí todos y el tuyo es el que más me gustó ... tengo un ojo ¡vas el primero!... jaja como siempre, el que vale, vale...
    monvimar@hotmail.com por si me quieres contar más cosas... un beso y ya lo celebraremos
    Montse-mir

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