lunes, 3 de mayo de 2010

REQUEDÉN

Cuando llevábamos tres meses planeando aquel viaje y al fin decidimos el destino, ¡bendita la hora! Nunca lo lamentaremos… Hacía doce años que no nos veíamos- la distancia, la imposibilidad de ponernos de acuerdo con las fechas, la crisis…- y decidimos pasar un fin de semana alejados de todo el estrés de la ciudad y de la prisa, los coches, los notengotiempo y los luegotellamo… Decidimos reunirnos en Requena para pasar un fin de semana inolvidable en nuestras vidas, así intuíamos y así fue.

Alquilamos una casa rural llamada “Balcones de Oleana”, Balcones del Edén, diría yo; con todas las comodidades posibles. Inés se encargó de todo y, a pesar de vivir en Las Afortunadas Islas, no tuvo problema alguno debido a la posibilidad de hacer las gestiones vía Internet. El resultado fue una acogedora casa rural sita en un enclave natural único, dotada de unas instalaciones que no las podríamos haber imaginado tan completas y cómodas, con una habitación para cada pareja de amigos, con un salón dotado de chimenea y unos paisajes que te recargaban las pilas a cada instante.

Primero llegamos nosotros y ya por los senderos de viñedos que nos dirigían a tal lugar, íbamos respirando un aire fresco y puro que nos invitaba a perdernos en una naturaleza viva y sana, olvidando la rutina y haciéndonos recordar que tras los interminables edificios de la ciudad hay algo más…algo de lo que es imposible prescindir, aunque sea ocasionalmente. Cuando llegaron los demás, los saludos tras tan largo tiempo nos hicieron incluso llorar de emoción.

Los seis juntos nos reunimos en el salón y descorchamos una botella de vino del lugar para deleitarnos de tal elixir al mismo tiempo que disfrutábamos de nuestras conversaciones plenas de recuerdos vivos y memorias de remotas épocas en común, los pequeños placeres de la vida que te hacen perderte en el tiempo y encontrar por momentos la felicidad ansiada. ¡Dios! Había olvidado lo que se sentía al estar tan relajada, pensaba yo.

Al día siguiente, nos esperaban las diversas actividades que Inés había planeado para nosotros y a las que invita el lugar. Realizamos una ruta de enoturismo que era algo novedoso para nosotros y que todos estábamos de acuerdo en que debemos repetir, sin esperar a que pase otra década, claro está. Realizamos excursiones por la sierra cuyos paisajes eran dignos de la más insana envidia, pues tanta belleza se nos antojaba inusitada. Al mirar al horizonte de sangre escarlata, en un atardecer dorado y carmesí, nuestra vista se perdía al igual que se perdían frente a nuestros ojos los diversos animalillos entre los matorrales. La magia del instante, la magia de la vida…

Cuando llegamos a la que llamábamos nuestra guarida, ni el cansancio nos impidió seguir disfrutando de nuestra velada, de nuestras risas y de nuestros recuerdos…como si así el tiempo se tornase más lento y nuestro regreso se pudiera de ese modo aplazar más. Todos estuvimos acechando el amanecer para llevarnos esa insólita fotografía en nuestra memoria.

El día de nuestro retorno, no recuerdo tristeza, sino añoranza por la imposibilidad de estar juntos, por estar la distancia impuesta ante nosotros; y acordamos que anualmente, como quien cumple un convenio vigente, regresaríamos a nuestra guarida para así vivir juntos momentos inolvidables, que te hacen coger un papel un día para plasmar tu experiencia dejando así constancia de que fue real y no un sueño, para asegurarte a ti mismo de que el paraíso existe.

 

Adna, Cartaya (Huelva)

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