lunes, 3 de mayo de 2010

PADRE

Lo primero que aprendí de mi padre fue el silencio. Era un arte dificultoso, pues exigía una total entrega a la contemplación, y residía su maestría en vetar las exigencias de la palabra para hallar la respuesta en otro sitio, uno ciertamente desconocido para un niño de seis años cuya única pretensión es aprender, descubrir. Durante los lentos anocheceres del verano, que briznaban de una luz sanguinolenta los suaves perfiles de las encinas, ambos nos sentábamos a descansar la mirada en el paisaje sin mediar palabra, tan sólo oyendo meticulosamente el rumor del viento apretándose entre las tejas de la casa, el chirrido de los trigueros posados en los cables de la tensión y nuestras propias, pausadas respiraciones. Ya durante aquellos primeros años me llamaba la atención la costumbre que tenía mi padre de acompañarse por una copa de cristal repleta de un líquido carmesí, denso y fragante cuyo aroma ha terminado, junto con el evocador y limpio olor que iba dejando el campo según anochecía, por quedar almacenado en mi memoria como testigo de aquella época misteriosa y única que fue mi infancia. Más tarde, llegada la adolescencia, el sabor ardido, a leña o a noche de estío, acabaría por unirse a aquel perfume en el nombre de vino; lo segundo que aprendí de mi padre fue la capacidad de apreciarlo, compartiéndolo ya de tarde en el mutuo sigilo, que no era triste ni vacío, sino más parecido a un secreto que ambos reíamos con la mirada. La vida era algo sencillo, todo estaba a mano, y como única frontera dentro de aquel mundo solícito, el suave trapecio de la Sierra del Tejo que marcaba la distancia con un mundo, el de la gran ciudad, que se daría a conocer ya tan pronto que yo, asustado, me refugiaba en la creencia de que haber aprendido a callar me serviría ante tanto ruido. El día de mi partida a Valencia, mi padre me acompañó a la puerta con una botella en la mano. Después de abrazarme largamente, en uno de esos ruegos sinceros que vienen del cuerpo, no del pensamiento, me extendió el cilindro encendido de rubí y me dijo que siempre que me sintiera solo, exiliado o nostálgico, me tomase una copa de ese vino, el mejor de su despensa, y encontrase en el sabor todas las palabras que no nos habíamos dicho. Con lágrimas en los ojos me despedí de la casa, del campo, del llano, de las carrascas y las plácidas aguas del Reatillo en mi camino hacia un mundo nuevo, el del irremediable porvenir. Durante mi primer año de universidad conocí la vida abierta, el estruendo, la envidia y el amor. Todas son historias dignas de contar, pero por encima de todas ellas conocí la pena, ya que durante mi estancia en Valencia mi padre enfermó repentinamente de una neumonía y murió. Fue todo tan inmediato, tan cruel y rápido, que mi personalidad reposada se partió en dos. Días antes había estado hablando con él por teléfono, un medio sombrío en el que ninguno de los dos nos encontrábamos, privados del contacto y dejados a la voz, que era justo lo que no necesitábamos. Me preguntó si había abierto el Utiel y le dije que estaba esperando al momento preciso, cuando necesitase volver. Yo no tenía ni idea de que aquella era la última vez que hablaría con él. Si lo hubiese sabido, le habría dicho tantas cosas, le habría explicado tantas medias tintas, habría… tal vez, no habría dicho nada. Pero incluso el silencio sonaba a postizo a través del teléfono. Volví a casa. Cuando todo el mundo hubo abandonado el tanatorio, cuando mis manos entumecidas por la presión de tantas otras se cansaron de temblar, fui al coche y saqué de la guantera la botella de Utiel y un descorchador. Allí, en aquella sala fría y repleta de un silencio distinto al nuestro, uno gélido y apátrida, frente al cuerpo sin vida de mi padre, me emborraché de palabras mudas, y con ellas… mudé a adulto.

 

Alberto Castro Sánchez, La Bañeza (León)

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2 comentarios:

  1. Hola Alberto. Has escrito un relato con una calidad tremenda. Enhorabuena. Buenísima redacción y un final muy logrado.

    Un saludo

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  2. ¡Hey muchas gracias!
    Daba por hecho que nadie se molestaría en leerlo. Es un honor que te haya gustado =)

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