El húmedo corcho esparció el aroma secuestrado.
Un torrente de Bobal abandonó los barrotes de cristal y se desató sobre la copa. Sus salpicaduras insertaron diminutos colmillos en las comisuras de la boca cristalina, dejando fluir la simbólica sangre de Cristo al océano de vides aplastadas por pies de carne y metal.
El agitado movimiento del tallo despertó fragancias frutales y días de lluvia; gravándose en la memoria de la nariz y avivando un pozo de recuerdos olvidados.
La mucosa sedienta dejó su impronta de carmín, mientras un simbiótico intercambio entre papilas y mosto maduro tenía lugar.
César Socorro Meza, Las Palmas de Gran Canaria
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