Miraba ensimismado su copa con ese líquido precioso que tantos días le acompañaba, como un amigo fiel siempre dispuesto a disfrutar de los buenos ratos y porque no también en esas ocasiones que necesitaba alegrar su alma.
Se encontraba sentado en aquel restaurante de esa ciudad de acogida que le cautivó un día con su aroma, sus gentes, sus viñedos. Recuerda su llegada a la zona, hace ya más una década, era otoño la estación mágica de los viñedos, sus tonos ocres y amarillos como un manto multicolor inundando los campos, un espectáculo maravilloso de contemplar.
Y como no, la vertiginosa actividad de la zona al llegar la esperada vendimia, la recompensa al gran esfuerzo de todo un año de duro trabajo.
El mimo que recibe la preciada uva en cada fase de su elaboración, cuidando hasta el último de los detalles.
El reposo donde ese vino toma cuerpo y carácter para luego terminar en una copa como la que sujetaba en sus manos. Un verdadero arte hecho líquido, pensaba, una exquisitez para los sentidos.
Cuantas cenas y almuerzos regados con sus caldos, cuantos tratos y negocios cerrados entre sorbo y sorbo. Cuantas celebraciones y alegrías.
A veces se preguntaba, que inconscientes somos de su presencia, de su compañía desinteresada.
Luego bajo de nuevo la mirada hacía su copa, la balanceó al trasluz, aspiro su aroma y muy despacio saboreo un pequeño trago que mantuvo unos segundo en su boca, su evocador sabor lo transportó de nuevo a los viñedos multicolor de los campos que le cautivó un día.
Rosa Labado Gámez, Logroño (La Rioja)
Me parece un presioso relato que todas y todos compartimos al saborear una copa de Rioja
ResponderEliminaryou are the very best anita
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ResponderEliminarEs un relato sensible, muy delicado y respetuoso con el vino y su entorno. Enhorabuena.
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