A la sombra de los pinos, tumbada entre la maleza, un festival de aromas me embriaga y remueve mi alma. De fondo, la música de las inagotables y persistentes cigarras se ve alterada por el leve suspiro de un pajarillo y el zumbido de las laboriosas abejas. Algún saltamontes pasa por encima de mí, mostrándome el colorido abanico azulado de sus alas. Unas mariposas revolotean.
Frente a mi mirada, el extenso altiplano, regado del verde mate oscuro de las hojas nacidas sobre sarmientos de madera erguida, que sostienen, ya en estos días, los racimos de grano redondo y compacto, de bobal, de piel roja violácea oscura, casi negra, que se balancean ante la brisa de la tarde perfumada de olor a romero, tomillo, ajedrea y de las primeras flores violetas del espliego. Allá, a lo lejos tempranillo, macabeo, cabernet sauvignon... Las cepas de medio porte, surgen de un suelo rojo arcilloso a veces, blanquecino de areniscas y conglomerados que se despliega en una infinita gama de colores, del casi blanco al ocre, del siena al rojo, del carmín al tierra intenso.
A mi espalda, la sierra de la Bicuerca, arcaica, impertérrita, que junto a sus otras hermanas las sierras, cogidas de la mano, abrazan en un circulo casi perfecto, la gran llanura del altiplano. Recortándose entre los primeros destellos del ocaso incomparable, festival de colores del azul, al naranja de fuego, del sol que la tarde esconde. Violetas, carmines, rojos ... que espectáculo para los sentidos. Más abajo, el agua de las escorrentías ha formado un río seco, un reguero de donde emana un frescor gratificante en estos días de canícula, a la sombra de los barrancos perfilados, plenos de vegetación exuberante, que surge trepando desde un suelo de cantos rodados, fruto de la erosión que en su juego el agua ha provocado. A sus espaldas el regalo orográfico que el curso del Cabriel ha esculpido a fuerza de meandros.
La uniformidad del paisaje se alterna con pequeñas manchas aisladas de carrascales y pinos, que me trasladan a un tiempo anterior, de paisajes boscosos de carrascal termófilo, todavía vírgenes. A los campos de vides acompañan sus aquí parientes, los almendros, repletos de frutos de madera vestida con traje verde y terrenos baldíos salpicados hasta hace poco del atrevido rojo de las amapolas...
Quisiera no moverme de este maravilloso espectáculo que ante mis sentidos se ofrece, pero empieza a refrescar, el día de seco calor intenso, va a dar paso a la noche, hoy clara y luminosa alumbrada por la luna y su cerco.
Proseguimos el camino, el hambre se insinúa... ampliamos el espectáculo sensorial dejándonos llevar por la variada y deliciosa gastronomía, de sabores que aúnan tradición, calidad y buen hacer. Descorchamos la botella de vino tinto... observo como al caer en la copa su cuerpo denso y recio, sus lágrimas rojas violáceas se escurren por las paredes de la copa transparente ahora llena de vida, que al agitarla me insinúa con aroma potente, frutos rojos maduros.... mi boca se debate entre la armonía y el equilibro y la rotundidad...
El primer sorbo evoca, como un obsequio para los sentidos, el recuerdo de la armonía de la tarde...
Montserrat Viana Marco, Cuevas de Utiel (Valencia)
Hola Montse, cuanto tiempo que no sabía de ti. Desde los años 90, en el Módulo de Salud ambiental. Enhorabuena por el relato tan fantástico que has enviado. Muy evocador. Lleno de sensaciones.
ResponderEliminarPor supuesto tienes mi voto. Un saludo
Rafa
Un relato muy dulce y sensible me a gustado mucho Un saludo
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