“Este parece ser un mal día para su excursión… -dijo el hombre en la recepción-. Ojalá no cancelen su tan planeada visita”.
En realidad me desanimó su comentario. Había planeado esta visita por mucho tiempo, pero decidí que ni su comentario, ni un día lluvioso arruinarían esta experiencia.
Cuando bajé del tren la sensación fue maravillosa. Una fresca brisa me golpeó el rostro. Olía a tierra mojada, pero se respiraba ese aroma que sólo se percibe en esta región de España. Caminé hasta encontrar un taxi que me llevara hasta la D. O. de Uriel Requena. El trayecto fue incomparable. Una serie de pintorescas imágenes corrían frente a mis ojos, mientras a brisa mojaba mi rostro por la ventana. Me sentía como cuando era una niña y mi papa me llevaba en su vieja camioneta hasta el campo.
Con una gran excitación observaba como un paisaje medieval se abría camino frente a mí. Veía kilómetros y kilómetros de viñedos. Por la velocidad y la distancia era imposible ver las uvas, pero sabía que estaban ahí; su olor las delataba. A los lejos se levantaban iglesias y pequeñas casas medievales. Sin duda dejaba atrás el mundo moderno, ahora viviría la magia con tal cercanía…
Finalmente, llegué. El guía nos esperaba. Su voz, para encaminarnos, sólo lleno el aire de con una dulce impaciencia. Todos nos pusimos nuestros impermeables y salimos a caminar entre los viñedos bajo la suave lluvia.
Sin sentirlo, estaba ahí. Rodeada de cientos de viñedos y miles de suaves uvas. Manuel –el guía- nos explicó el proceso desde el inicio. Fue una sensación de ternura el poder tener en mis manos un racimo de uvas, mientras el agua corría entre mis dedos.
Más tarde, siguieron las bodegas. Eran de piedra o arcilla, no estoy segura, pero ahí nos despojamos de los impermeables. El frío, que se sentía entre esos barriles con historia de miles de años en el arte del vino, nos cubría con una calidez singular. Por último, la cata de vinos, explicada inmejorablemente, por el mejor guía. Todo el proceso explicado desde la semilla, hasta la copa de vino que sosteníamos en nuestras manos.
Quise terminar ese viaje de la mejor manera posible. Pedí una copa de vino y me dirigía hacia la terraza. Apreté mi chal, y olí el vino en mi copa. El mismo olor era embriagante. Bebí un sorbo y miré el paisaje. La lluvia tupida, bañaba aquellos bellos viñedos y el viento jugaba con mi cabello. “No pude haber elegido mejor día…”.
Ana Viridiana Gómez Plascencia, Jalisco (México)
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