Llovía. Como todas las noches emprendía un largo viaje de vuelta a casa. Las gotas constantes repiqueteaban por mi cuerpo y me reiteraban acusadoras que mi trabajo era inútil, absurdo. Según recorría mi camino, me giraba constantemente e intentaba ver las montañas que había dejado unas horas atrás: horas convertidas por horas en recuerdos de una soleada mañana en la que las viñas ya empezaban a mostrar su esplendor.
A mediodía un joven compañero me salio al paso y con el ímpetu de su edad me abordo: casi sin darme cuenta ya me llevaba en volandas hablándome todo el tiempo de sus proyectos, de sus nuevas ideas. Yo le escuchaba….cuantas veces había oído esas conversaciones tan gastadas.
A mi la vida me había ido bien, siempre correcto con los unos y con los otros, a veces a mi aire y otras encajonado, sabia lo que opinaban de mi pero me importaba poco. La mayoría hablaban sin conocerme, rara vez hasta acertaban mi nombre pero yo pasaba y pasaba. Cada mañana se abría ante mí un camino sin retorno, me ilusionaba cualquier cosa y cualquier cosa me desilusionaba, aquellas viñas viejas que suavizaban las laderas, estaban amenazadas por la codicia del hombre, pero seguían orgullosas y cuando la cadena tiraba de ellas para arrancarlas parecía que más se aferraban a la tierra. Mas tarde, sin ningún tipo de revancha, darán calor a la mano que en la mañana fría las arranca. Gracias a dios, otras siguen impasibles como testigos de vidas pasadas y nos recuerdan que somos tierra.
Confieso mi carácter cambiante. Hay veces que no sé de donde vengo ni hacia donde voy. Unos días arrastro con todo y hay otros en los que todo me arrastra, pero esta mañana un niño se miraba en mí y sonreía, de unas viñas cercanas había recogido unos sarmientos secos, restos ya de la poda y me los arrojaba, mientras yo serpenteaba y serpenteaba. Más abajo su padre me miraba fijamente y metía entre unas piedras de mi lecho una botella de vino. Acto seguido miraba al frente y una mujer lentamente refrescaba sus pies, confieso que los acaricie, ella se relajo inclinando su cabeza hacia atrás permitiendo que la brisa ondeara sus cabellos, y yo seguía mi curso pensando solo en la vida.
Javier López Lorenzo, Las Virtudes-Villena (Alicante)
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