martes, 23 de febrero de 2010
Dulce encuentro con sabor a vino
Es extraña la sensación de arribar a un entorno conocido y detenerse cinco kilómetros antes del que es tu destino habitual. En concreto, ésta es la distancia que separa Requena (tan habitual para mí) de San Antonio, y nos quedamos en esta última población gracias a un certamen literario que tuve la satisfacción de ganar. ¿El premio? Un fin de semana para diez personas en Balcones de Oleana, una casa rural todavía engalanada por los ecos de su pasado señorial y puesta al día para que el visitante se sienta como en casa.De aquí deriva precisamente el primer problema, que nada tiene que ver con la casa: elegir ocho amigos que se sumen a la propia pareja y a uno mismo puede dejar revoloteando en tu corazón el poso de la decisión arbitraria. Decidimos, por tanto, que lo mejor era poner la venda a la justicia y dirimirlo por sorteo: Javi y Saray, Gema y Wifredo, Álvaro y Nuria e Inés y Gustavo fueron los agraciados, y con ellos nos encontramos aquel viernes 17 de julio a plena tarde, bajo un sol que parecía esperarnos con toda su potencia cuando bajamos del coche frente a la fachada y el gran portalón de madera.Me dieron la opción de elegir habitación, pero igual me hubiera dado que me negaran tal privilegio; cuando uno entra en una casa rural busca la esencia del pasado y el sabor de lo antiguo (ése que, por alguna razón, tanto me atrae), y todas las habitaciones, por lo demás amplias, limpias y confortables, me trasladaron de un vistazo a un tiempo que nunca conocí. Al final, pese a todo, elegí, y Mapi y yo nos quedamos con un amplio cuarto en la planta superior cuyo balcón daba al patio. Aquella primera noche fue tranquila. Hicimos una cena ligera, charlamos, reímos, y poco después de la media noche nos retiramos pensando en lo que nos esperaba a la mañana siguiente.Lo que nos aguardaba era una clase intensiva sobre el proceso de elaboración del vino. Laura, la amable (no me cansaré de repetirlo) dueña de la casa, hizo sabiamente de anfitriona y nos llevó a la sede de la DO Utiel-Requena, una antigua bodega de estructura redonda utilizada tanto de lugar de reunión y análisis de vino como de museo, y en la que cuelga victoriosa la foto de D. Juan Carlos I asiendo una copa de vino en su todavía reciente visita.Luego, la lección adquiría un tono más práctico. La bodega Dominio de la Vega es todavía joven, pero el conocimiento experto de quienes la dirigen le ha otorgado ya un reconocido prestigio. Anduvimos por entre sus titánicos depósitos de metal, contemplamos las barricas, las botellas en las que descansan a temperatura óptima tanto el vino como el cava, y finalmente, copa en mano, descubrimos que el trabajo, la investigación y la espera dan su fruto en forma de unos productos soberbios. Y, claro: ¡a ver quién se resistía a salir de allí sin comprar varias botellas!Comimos en la vecina Requena a una hora en la que pensábamos que ya nadie nos atendería. Y comimos bien. Sin embargo, y junto con el vino, el gran descubrimiento gastronómico del fin de semana fue la habilidad de Javi con la parrilla, aunque aquello quedaría patente unas horas más tarde. Antes, todavía aguardaba una visita a las viñas que Laura y su marido Miguel poseen en San Antonio. Fue ella misma, que como Mapi ha vendimiado durante años, quien nos habló de las dificultades que entraña hoy día la vendimia y de la sucesiva aplicación de maquinaria para hacer el trabajo más pesado.
Aun así, no puedo imaginar las horas de duro trabajo que acumulan aquellas tierras, pero, a ojos de visitante, amparado por la sombra a orillas de un viejo caserón y pasando con vino el típico bollo de la comarca (gracias de nuevo, Laura), su contemplación me habló de paz y bienestar.Allí estábamos cuando declinó el sol y optamos por retomar el camino hacia Balcones de Oleana. Javi se empleó incansablemente para que la carne de Sástago (Zaragoza) estuviera sabrosa, y ciertamente lo consiguió. Aquella noche decidimos no salir porque comprendimos que allí, en el patio, lo teníamos todo: buena compañía, charla, risas, comida suculenta y vino para regarla. La luna, visible sobre nuestras cabezas, fue desplazándose, el cansancio terminó por adueñarse de nuestros cuerpos y finalmente, aunque sin atender a la hora, nos despedimos hasta el último día de nuestro encuentro.Llegó éste fresco y soleado. Cada cual se levantó cuando quiso (Javi el primero, pues quería preparar los desayunos), y nos reunimos en torno a la ya habitual mesa del patio con la pena por el final del encuentro que ya atisbábamos. El encuentro frente a la mesa del desayuno pasó plácidamente. Luego, Wifredo, Gema, Gustavo, Inés, Mapi y yo nos encaminamos hacia Requena para comprar productos típicos (bollo, fundamentalmente) mientras los demás prometían afanarse en la comida. Y ciertamente lo hicieron, porque disfrutamos de una carne y unas ensaladas en las que algunos sólo echamos en falta el vino, pues, al poco rato, tras despedirnos de Laura y agradecerle su amabilidad y su ayuda, nos tocaba partir. Antes de ello, todavía accedí (vanidosamente, lo reconozco) a firmar varios libros a mis amigos, Laura incluida, en los que aparecían los mejores relatos de este primer certamen literario de Balcones de Oleana. Por un rato (de nuevo lo reconozco), sentirme como un escritor de moda en plena feria literaria resultó sumamente agradable.
(C) Carlos Espinosa
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Balcones de Oleana,
Concurso relatos breves,
crónica ganador
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